- Mirame. ¿Qué ves? - Dijo él, mientras
agarraba su mano con fuerza, con esa fuerza que ella conocía tan bien.
Ella lo miró,
lo observó lentamente y dejo que sus ojos recorrieran los rasgos cansados del
hombre que tenía a su lado. Miró con detenimiento esos ojos cansados,
descubriendo pequeñas arrugas alrededor de ellos. Luego, se detuvo un instante
en las líneas de la frente, signos de evidente preocupación; pensó que algunas cosas
no podían cambiar. Sintió alivio al descubrir los rastros incipientes de una
barba despareja. Pequeños parches rojizos entre los ásperos contornos oscuros,
igual que siempre; aunque esas canas que comenzaban a aparecer de a poco no
estuvieran originalmente en el libreto. De pronto, se sorprendió recorriendo
con los dedos el perfil irregular de la nariz de él, y la cicatriz y la
fractura del tabique seguían estando allí, donde un golpe en la oscuridad las
había puesto hace mucho tiempo.
Entonces
escuchó una voz, que reconoció un instante más tarde como suya, decir:
- Veo un hombre cansado. - y mientras
comenzaba a sonreír, agregó: - Un "Hombrecito" cansado y muy quejoso.
Y él también
sonrió, reconociendo la costumbre de ella de reprocharle sus quejas.
Complicidad,
esa era la palabra exacta. Simple complicidad que permitía volver, volver a ese
cuerpo conocido. No era un truco, solo se conocían lo suficiente como para
aparecer de improviso cada uno en la vida del otro sin pedir permiso.
- Sabes que no me quejo siempre -
Contestó él, conociendo de antemano lo que ella iba a decir.
- Solo te quejas frente a mí, para dar
lástima - Respondió ella justo a tiempo.
- Te haces la "victima". Algún
día me voy a cansar - Agregó ella de manera cortante.
Y él, entonces pensó, sintió, que algunas
cosas si podían cambiar o por lo menos desgastarse. Se acordó de una película,
o había sido una serie, no estaba seguro, en la cual un padre a punto de
separarse, explicaba a un hijo desesperado el porqué de la separación con su
madre. El actor padre era Víctor Laplace, eso era lo único de lo que estaba
seguro, y el diálogo o monologo giraba alrededor de una metáfora gastronómica.
El padre decía:
- Imaginate que tu comida preferida son
los ravioles de ricota. Te gustan con salsa, con crema, con pollo o con carne.
Podrías comer ravioles de ricota siempre, toda tu vida. - A continuación, una
pausa establecida por el guionista y después continuaba, más o menos así.
- Un día el sueño se te hace realidad.
Vas a comer ravioles de ricota por el resto de tus días, en las buenas y en las
malas, en salud y enfermedad. - Esto último lo había agregado él mismo, en su
imaginación, a modo de insolente juego de palabras.
- Sos muy feliz. Comés ravioles un día,
dos, tres, hasta que perdés la cuenta. Nunca podrías cansarte. Nunca.
- Hasta que te cansás. - No recordaba si
esto lo decía el padre o el hijo. Ahí terminaba la metáfora. Uno podía cansarse
también de las personas, del amor. Ese parecía ser el mensaje.
Volvió lentamente a la realidad, a ese
momento en particular que los atrapaba a los dos en la misma pieza. Pensó que,
en honor a la verdad, ellos ni siquiera habían tenido oportunidad de cansarse
uno del otro.
- Y si me canso yo primero. - Retrucó un
poco tarde.
- ¿ De qué ? De mi no, supongo. - Dijo
ella con un guiño.
Se preguntó cómo sería cansarse de ella,
que lo cuidaba y lo lastimaba, como si tuviera la exclusividad. Para cansarse
uno de otro tendrían que haber pasado más tiempo juntos. Ellos no habían pasado
mucho tiempo juntos. Demasiada gente en el medio, demasiadas excusas. Se habían
mantenido a salvo, uno del otro, casi sin querer. El que había empezado con las
excusas había sido él. Las apariencias. Las ocupaciones. Los viajes. Los
viajes. Los viajes. Los viajes necesarios para avanzar en su carrera. Su carrera
había sido el motivo original. Después la carrera se fue al carajo, pero los
viajes no. Los viajes seguían, alejándolo regularmente de ella, que se fue
dando cuenta que tampoco tenía sentido esperarlo como una Penélope moderna. Y
entonces ella también empezó con las excusas y las excusas y los viajes y las
excusas fueron tejiendo una especie de red alrededor de ellos que no les permitía
estar juntos, pero tampoco les permitía alejarse definitivamente. Y así pasaban
los meses y los años y las noches, largas y cortas noches, donde cuando por fin
podían estar solos disfrutaban, disfrutaban como locos, pero solo hasta el
amanecer, hasta el siguiente viaje, hasta la siguiente excusa. Una y otra vez, una
y otra vez, hasta esta noche. Esta noche donde parecía que al fin alguno de los
dos, probablemente ella, decidiera terminar de una puta vez por todas con las
excusas, las esperas y el amor, o lo que quedaba de él.
Es un animal.
ReplyDeleteEs la edad.
Es la ciencia.
Es la creencia.
Es el calor.
Es una ofensa.
Es el amor.
Es lo esperado.
Es la distancia.
Es la torpeza.
Es la circunferencia.
Es tu incapacidad.
Es la humedad.
Es que no me entiendes.
Es terrible.
Es el río.
Es otro.
Es peor.
Es la gente.
Es común.
Es eso.
Pero nosotros,
¿nosotros?
no.
Hola amigo! Gracias por el regalo... por estas palabras...
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