Tuesday, August 20, 2013

De viajes y de excusas

- Mirame. ¿Qué ves? - Dijo él, mientras agarraba su mano con fuerza, con esa fuerza que ella conocía tan bien.
Ella lo miró, lo observó lentamente y dejo que sus ojos recorrieran los rasgos cansados del hombre que tenía a su lado. Miró con detenimiento esos ojos cansados, descubriendo pequeñas arrugas alrededor de ellos. Luego, se detuvo un instante en las líneas de la frente, signos de evidente preocupación; pensó que algunas cosas no podían cambiar. Sintió alivio al descubrir los rastros incipientes de una barba despareja. Pequeños parches rojizos entre los ásperos contornos oscuros, igual que siempre; aunque esas canas que comenzaban a aparecer de a poco no estuvieran originalmente en el libreto. De pronto, se sorprendió recorriendo con los dedos el perfil irregular de la nariz de él, y la cicatriz y la fractura del tabique seguían estando allí, donde un golpe en la oscuridad las había puesto hace mucho tiempo.
Entonces escuchó una voz, que reconoció un instante más tarde como suya, decir:
- Veo un hombre cansado. - y mientras comenzaba a sonreír, agregó: - Un "Hombrecito" cansado y muy quejoso.
Y él también sonrió, reconociendo la costumbre de ella de reprocharle sus quejas.
Complicidad, esa era la palabra exacta. Simple complicidad que permitía volver, volver a ese cuerpo conocido. No era un truco, solo se conocían lo suficiente como para aparecer de improviso cada uno en la vida del otro sin pedir permiso.  
- Sabes que no me quejo siempre - Contestó él, conociendo de antemano lo que ella iba a decir.
- Solo te quejas frente a mí, para dar lástima - Respondió ella justo a tiempo.
- Te haces la "victima". Algún día me voy a cansar - Agregó ella de manera cortante.
Y él, entonces pensó, sintió, que algunas cosas si podían cambiar o por lo menos desgastarse. Se acordó de una película, o había sido una serie, no estaba seguro, en la cual un padre a punto de separarse, explicaba a un hijo desesperado el porqué de la separación con su madre. El actor padre era Víctor Laplace, eso era lo único de lo que estaba seguro, y el diálogo o monologo giraba alrededor de una metáfora gastronómica.
El padre decía:
- Imaginate que tu comida preferida son los ravioles de ricota. Te gustan con salsa, con crema, con pollo o con carne. Podrías comer ravioles de ricota siempre, toda tu vida. - A continuación, una pausa establecida por el guionista y después continuaba, más o menos así.
- Un día el sueño se te hace realidad. Vas a comer ravioles de ricota por el resto de tus días, en las buenas y en las malas, en salud y enfermedad. - Esto último lo había agregado él mismo, en su imaginación, a modo de insolente juego de palabras.
- Sos muy feliz. Comés ravioles un día, dos, tres, hasta que perdés la cuenta. Nunca podrías cansarte. Nunca.
- Hasta que te cansás. - No recordaba si esto lo decía el padre o el hijo. Ahí terminaba la metáfora. Uno podía cansarse también de las personas, del amor. Ese parecía ser el mensaje.
Volvió lentamente a la realidad, a ese momento en particular que los atrapaba a los dos en la misma pieza. Pensó que, en honor a la verdad, ellos ni siquiera habían tenido oportunidad de cansarse uno del otro.
- Y si me canso yo primero. - Retrucó un poco tarde.
- ¿ De qué ? De mi no, supongo. - Dijo ella con un guiño.

Se preguntó cómo sería cansarse de ella, que lo cuidaba y lo lastimaba, como si tuviera la exclusividad. Para cansarse uno de otro tendrían que haber pasado más tiempo juntos. Ellos no habían pasado mucho tiempo juntos. Demasiada gente en el medio, demasiadas excusas. Se habían mantenido a salvo, uno del otro, casi sin querer. El que había empezado con las excusas había sido él. Las apariencias. Las ocupaciones. Los viajes. Los viajes. Los viajes. Los viajes necesarios para avanzar en su carrera. Su carrera había sido el motivo original. Después la carrera se fue al carajo, pero los viajes no. Los viajes seguían, alejándolo regularmente de ella, que se fue dando cuenta que tampoco tenía sentido esperarlo como una Penélope moderna. Y entonces ella también empezó con las excusas y las excusas y los viajes y las excusas fueron tejiendo una especie de red alrededor de ellos que no les permitía estar juntos, pero tampoco les permitía alejarse definitivamente. Y así pasaban los meses y los años y las noches, largas y cortas noches, donde cuando por fin podían estar solos disfrutaban, disfrutaban como locos, pero solo hasta el amanecer, hasta el siguiente viaje, hasta la siguiente excusa. Una y otra vez, una y otra vez, hasta esta noche. Esta noche donde parecía que al fin alguno de los dos, probablemente ella, decidiera terminar de una puta vez por todas con las excusas, las esperas y el amor, o lo que quedaba de él.

2 comments:

  1. Es un animal.
    Es la edad.
    Es la ciencia.
    Es la creencia.
    Es el calor.
    Es una ofensa.
    Es el amor.
    Es lo esperado.
    Es la distancia.
    Es la torpeza.
    Es la circunferencia.
    Es tu incapacidad.
    Es la humedad.
    Es que no me entiendes.
    Es terrible.
    Es el río.
    Es otro.
    Es peor.
    Es la gente.
    Es común.
    Es eso.
    Pero nosotros,
    ¿nosotros?
    no.

    ReplyDelete
    Replies
    1. Hola amigo! Gracias por el regalo... por estas palabras...

      Delete