Domingo por la siesta.
Sentado en la penumbra, casi al fondo de un gran salón de conciertos. Torneo de
danzas. Esperando junto con otros varios cientos de padres que nuestras hijas /
hijos bailen su coreografía. Los ganadores de medallas de oro y plata ganan su
pase a las finales nacionales en Rosario, el mes próximo.
Adormecido veo /
escucho pasar en automático una coreografía tras otra. Algo de reggaetón, el
infaltable Despacito, mucha música Pop para niños / adolescentes y un poquito
de música clásica. Nenas vestidas con trajes de lo más diverso intentan seguir
el ritmo de la música, desarrollando la coreografía que las profes marcan desde
el costado del escenario.
Mi hija pintada,
peinada como nunca, está sentada a mi lado, en el regazo de su madre. Mira
pasar las coreografías con ojos muy grandes. Ojos atentos a eso que pasa en el
escenario. Está a medio vestir, con una malla blanca con dos claves de sol
bordadas en lentejuelas en el frente. Todavía falta que se ponga la pollera
color violeta. Eso va a pasar después, cuando la profe las llame para terminar
de vestirlas, pintarlas y presentarlas de camino al escenario.
A la coreografía
de mi hija le toco el numero treinta y ocho. Tenemos por lo menos dos horas más
de espera por delante. Por un momento, pierdo la cuenta del tiempo. Todo se
parece a todo… como en un ciclo que se repite con pequeñas variantes. Esta música
ya la escuché… Esa nena gordita ya bailo antes… Esos disfraces como de hada con
telas claritas ya los vi… La voz en off de la locutora entusiasta anunciando
las coreografías: “Coreografía número siete. Danza Clásica. Categoría Junior B.
Profesora Claudia González.”. Así hasta el infinito…
En un intento por
mantener a raya la incipiente acidez que se empieza a anunciar desde el centro
de mi estómago, tomo un trago de agua fría de la botella térmica que yo mismo puse
en la mochila esta mañana. Lo del agua no va a funcionar, me digo a mi mismo en
la penumbra.
Se apagan las
luces del escenario. Viene otra coreografía. La locutora menciona un nombre que
no alcanzo a comprender. Intento buscar el celular con la mano derecha en el
bolsillo de la campera. Empieza a sonar una música conocida. Música de violines
y piano. Música de propaganda de medicina pre-paga. La mano que alcanzó a tomar
el celular se detiene a mitad de camino. Levanto la mirada. En medio del
escenario hay un pequeño cubo blanco a modo de escenografía minimalista. Sobre
el cubo blanco está sentada una nena flaquita. Desde donde estoy sentado no
puedo darme cuenta de la edad de la nena. Pueden ser diez años, pueden ser doce
años. La nena tiene unas hojas de papel en sus manos. Es parte de la
coreografía. Levanta las hojas hasta ponerlas delante de su rostro. Se para.
Deja las hojas sobre el cubo banco con un gesto como de dolor. Comienza a
bailar siguiendo la música que aumenta lentamente su intensidad. Mi mano sigue
aferrando el celular dentro del bolsillo de la campera, esperando. Y entonces
ocurre…
La nena empieza a
recorrer el escenario. Toma carrera y da un salto. Las piernas extendidas
marcando un arco por un instante. Otro salto. Rápidos pasos y otro salto más… la
belleza suspendida en el aire me golpea de lleno.
La nena sigue
bailando. No solo está siguiendo la música. Interpreta una historia. Nos cuenta
una historia. Como una Maddie Ziegler cordobesa. Su concentración no es pareja. Por momentos se deja llevar por
los pasos marcados por la coreografía y la magia se disuelve un poco y volvemos
al salón oscuro. La técnica seguramente no es perfecta. No puedo
apartar la vista del escenario.
La música sigue
incrementando su ritmo, alcanzando un clímax casi violento liderado por los
violines. La nena sigue bailando, saltando como en una pieza de ballet clásico,
arrojándose al piso con dolor... Dejando pedacitos de si misma por el aire de todo el lugar. Tomándose el rostro. Moviendo las
manos. Contándonos una historia… Hasta que la música finalmente se va acallando
y la nena, ahora lentamente, se dirige al cubo y toma las hojas de papel con sus manos temblorosas y la
luz se apaga.
Mi mujer me mira.
Tengo los ojos brillantes… Me voy recuperando lentamente… Este domingo de torneo no es igual a los demás… Acaba de pasar algo distinto... Por un momento tuvimos un poquito de magia… y
solo nos faltan veinte coreografías más.