Thursday, August 22, 2013

Mi hijo juega al futbol

Mi hijo juega al futbol. No lo practica como deporte, entrenando concienzudamente para mejorar su rendimiento partido a partido, pensando en cuantos goles va a meter el próximo fin de semana. Es simplemente un niño hermoso de 10 años que juega al futbol. Juega en la escuela de futbol, juega en el baldío de la cuadra y juega en la canchita de a la vuelta. Y se divierte. Y me divierte cuando lo miro jugar, suficientemente a la vista como para que sepa que estoy ahí acompañándolo, pero siempre tratando de elegir las palabras de aliento de forma tal que el juego siga siendo juego. Y nos divierte a todos como cuando hace un tiempo atrás fuimos a jugar contra la escuelita de futbol de otro colegio un sábado a la mañana que nos morimos de frío.

Lo pusieron de 9 de arranque. Y trató indolentemente de superar una y otra vez a los 2 defensores altos y flacos que le tocaron en esa mañana de pasto sintético mojadito por el rocío. Digo indolentemente porque el estilo de juego de mi hijo es más bien una mezcla de Riquelme con fiaca y manos a la cintura y Picante Pereyra sin tanto picante... pero el loco es mas bien pícaro y en medio de sus intentos de gambeta, escuche al lado mío al padre de uno de los defensores que le decía a otro papa del mismo colegio: "Uh, pobre flaco, siempre le tocan estos petisos habilidosos"... 

Mi hijo siguió intentando, junto con sus compañeros de equipo, superar la férrea defensa de los contrarios, hasta que en una jugada le tiraron un pase en profundidad al medio de los 2 defensores y la pelota, que venia fuerte, recta, bien dirigida como un misil al medio de la defensa, le pegó en el taco y le quedó muertita, pero detrás del pie. Y en ese momento, mi hijo, para tratar de pasar a los 2 defensores que lo salieron a cerrar desesperados y desafiando toda lógica amarreta, tiro una rabona. Y la rabona le salió a medias y la pelota rebotó en los pies de unos de los contrarios y los 2 flacos lo terminaron haciendo un sándwich mientras despejaban la pelota lo más lejos que podían. Y en eso lo escuche al padre del defensor diciendo: "que divino el pendejo, mira la rabona que tiró" y ahí ya no escuche más nada y solo me quedé duro con una sonrisa dibujada en la cara, mirando a mi hijo bajo el sol frío de la mañana, levantándose del piso y riéndose por la travesura que acababa de intentar, mientras trataba de no ponerme a llorar de emoción, como ahora mientras escribo estas líneas y me vuelvo a acordar de esa jugada.

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