Saturday, December 14, 2013

Spanglish II

Me había quedado pensando en como les fue a la pareja del Jefe de Cátedra y su alumna cuando salieron del bar (Spanglish)...


Abrió los ojos lentamente. Intento reconocer el lugar en la oscuridad. Esta no era su cama. El cuerpo a su lado no era el de su mujer. Reconoció las curvas de la cadera bajo la sabana. Se acerco lentamente a ella y sintió su olor. La mezcla del aroma de su piel con el perfume que él había empezado a reconocer en los pasillos de la facultad varios meses atrás.
Se dio cuenta que estaba despierto cuando el sentimiento de culpa le broto del pecho hasta la boca. Una parte de él quería gritar, aullar en la oscuridad que esto estaba mal. Estaba mal, el no tenía que estar ahí, en esa cama con ella. El universo acechando otra vez.

Se quedo mirando el techo mientras pensaba. Pensaba en que esto no podía estar pasando. No podía ser que la alumna brillante de su clase que podía tener cualquier pendejo que quisiera pudiera haberse enganchado con él. “Enganchado”. Definitivamente estaba encarando la cosa desde el punto de vista incorrecto. Solo habían coqueteado / histeriqueado un poco en la facultad, un poco mas fuera de la facultad y habían tenido sexo una vez, esa noche. No significaba nada. O si. Para el sí. Para el significaba algo, mucho. Ella era realmente tan hermosa / desnuda como la había imaginado. Perfecta / Imperfecta.

La volvió a mirar en la oscuridad. Ese cuerpo dormido representaba cierta especie de revancha. El final de años de quedarse con las ganas. Salir de su refugio de intelectual reservado. ¡Cagón! le hubiera gritado ella si estuviera despierta y pudiera leerle la mente. Por un instante, imaginó que  a partir de su aventura con ella, muchas otras minas, pendejas, lo empezaban a acosar. Como si fuera un Bukowski sub-desarrollado que a mitad de camino deja de ser solo el jefe de una cátedra para volverse un tipo interesante, una especie de curioso juguete que hay probar.

Imagino el lugar común de sus ex novias cruzándolo en la calle, saliendo de un bar con ella de la mano. Sus caras diciendo ¡Que hijo de puta! - Era tan aburrido, tan poca cosa cuando estaba con nosotras.

La culpa lo volvió a traer al presente, a la real realidad de esa habitación de un departamento que no era el suyo.

Se levanto despacito. Busco la ropa desparramada por el suelo y se vistió tratando de no hacer mucho ruido. Encaro para la puerta mientras pensaba qué carajo le iba a decir a ella la siguiente vez que la viera y salió al pasillo en silencio, buscando la madrugada.



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Se despertó con el acto reflejo de manotear el celular. Un mensaje entrante. Whatsapp probablemente. Ya era de día. La luz filtrándose intensa por los bordes de la cortina de blackout, recortando el rectángulo de la ventana. La cama revuelta. Los recuerdos que se empezaban a filtrar a través del sueño y una leve resaca. No se dio cuenta cuando él se fue. Hijo de puta, no se despidió. Se escapo en medio de la noche mientras ella dormía como una morsa. Su papa siempre le había dicho así cuando ella era chica, que dormía como una morsa, como fuera que durmieran las morsas.

Se froto un poco los ojos y miro la pantalla del celular. Mensaje de Whatsapp. El grupo de compañeros de la facultad. Joda esta noche en lo de Mariela. Otro mensaje. Mensaje privado de Facebook. Gustavo te quiere ver. ¿Qué le pasa a este pibe? Que tuviera novia no le molestaba. Era más bien esa indefinición permanente. En la cama la pasaban bárbaro, pero es como que a ella eso le estaba empezando a resultar insuficiente y cuando lo encaro para hacerle la clásica pregunta ¿nosotros que somos?, el vago se fue en rodeos y terminaron peleados por unos días. ¿Qué le pasaba a ella con este pibe? Normalmente lo hubiera mandado a cagar a la primera, pero por alguna razón que no entendía muy bien, seguía aguantando esa situación chota que la ponía en un lugar incomodo. 

Pensó que hubiera dicho el profe al respecto. El profe le hubiera hecho una pregunta, la hubiera mirado con esos ojos con que la miraba siempre y le hubiera dado una explicación que seguramente no le iba a gustar, pero que estaba segura que era racional / correcta. Eso le gustaba del profe, no lo de la respuesta correcta, fundada en su conocimiento de los libros y la vida, sino lo de la forma de mirarla. La primera vez que se dio cuenta de cómo él la miraba, fue una vez que estaban conversando con otros compañeros en el bar de la facultad y en un momento, mientras discutían sobre el uso político del discurso o algo por el estilo, cuando ella fue a buscar la mirada de él, descubrió que él miraba sus piernas, disimuladamente. Y volvió a buscar esa mirada puesta en ella, una y otra vez. Y de a poco ella también fue dando algunas señales, y juntos fueron dejando un rastro de miguitas que los llevo de una u otra forma hasta la noche anterior. Y recordó la mirada de él mientras hacían el amor. Y recordó el sueño que él le contó después.

Había soñado que la encontraba desnuda en el pasillo de la facultad y todos estaban alrededor, compañeros, profes, señalándola, riéndose, sacándole fotos con sus celulares. Y el se abría paso entre todos y la cubría, protegiéndola, apartándola de las miradas. Y el sueño terminaba cuando él la miraba a los ojos y se daba cuenta que ella sonreía, disfrutando ser el centro de las miradas.

Otro mensaje. ¿El profe? El profe no usaba el celular. No como ella. Eso también le gustaba.

La cancion mas triste de la semana

Esta semana hice un pico de tristeza… Mientras sentía como el bajón me iba embargando, manotee el celular como para buscar algo que me hiciera sentir mejor y termine abriendo el video de la canción “Blower’s Daughter” de Damien Rice. Es una de las canciones más tristes que conozco. Por algún motivo extraño es el único video que tengo bajado al celular. La canción pertenece a la banda de sonido de la película “Closer”. La película me gusto mucho. Es una de esas películas que de alguna forma logran conmoverme, activando algún mecanismo de auto reconocimiento, identificación con lo que pasa en la pantalla. Es como dice Daniel Salzano, Hollywood pone un pequeño porcentaje de la historia y los personajes y uno completa el resto. Y es que uno también estuvo alguna vez en una esquina esperando a alguien que nunca iba a llegar. Uno también fue alguna vez como Alice, el personaje de Natalie Portman. Una persona con un nombre inventado, con un pasado inventado a medida del interlocutor de turno.



Saturday, November 30, 2013

El año de la serpiente...

No se puede saber de antemano como va a terminar esta historia. O cualquier otra historia. O si, tal vez si. A lo mejor se puede predecir un poquito el futuro. Como las predicciones de un vidente, como la predicción diaria de los horóscopos, como las predicciones anuales del horóscopo chino. Ese horóscopo chino que predijo que este año que se esta yendo, el “año de la serpiente”, iba a ser para nosotros los chanchos, un año de mierda. Año de apretar los cantos, culito contra la pared. Manejo conservador de la plata. Oportunidades en el amor.

Viéndolo en perspectiva no fue tan distinto a cualquier otro año. Un comienzo un poco accidentado con unas vacaciones que tuvieron una cuota de aventura mayor a la esperada. El hombre y su pequeño vehículo a merced de la naturaleza. O como un derrumbe en la cordillera, en el paso de Mendoza hacia Chile, te termina haciendo conocer la provincia de San Juan. Esta bueno, no conocíamos San Juan. Pasamos cerca, bien cerca de las polémicas minas de oro. Evidente influencia de las mineras en la vida de todos los pueblos que íbamos recorriendo en nuestro paso hacia la cordillera, las cumbres nevadas y el paso de Aguas Negras. Desde los cartelitos en los comedores y proveedurías anunciando que trabajan con algún tipo de cuenta corriente para el personal de las mineras hasta una especie de centro de participación comunal construido y donado por las empresas, en un cruce de rutas en medio de la nada. Camionetas nuevas, inmensas, blancas, con sirenas y luces en el techo. Los guías de convoy que van abriendo el camino. Convoys de gigantescos camiones que llevan y traen cosas desde y hacia las minas, allá arriba en las montañas que rodean el valle. Esas montañas nevadas que parecían decirnos “por aquí tampoco pasaran”. Y no pasamos. Al menos no al primer intento. De alguna manera estúpida, inexplicable, en algún punto entre la aduana argentina y la aduana chilena perdimos uno de los documentos de identidad y no pudimos ingresar a Chile. Llanto, furia, impotencia, desesperación. Vuelve atrás 3 casillas. 

Regresar por donde vinimos. La cordillera, el camino de tierra, el paso a 3800 metros de altura, la inmensidad de las cumbres que nos siguen mirando desandar el camino despacito, tristes, apunados. El rescate inesperado de un motociclista en apuros en medio la travesía, con el aire livianito a nuestro alrededor. Recorrer lento los caracoles de la cuesta de Sarmiento sin mirar para abajo. Empezar a bajar. Regreso al pueblo de Las Flores, atravesando los restos de aludes que había ido dejando sobre la ruta la tormenta que se había desatado después de nuestra partida esa mañana. Buscar un lugar para dormir. Comida caliente. Dormir.

Otro día. La luz del sol iluminando los restos de la tormenta. Inundaciones que dejan ramas y palos desparramados a nuestro alrededor. Hacia 25 años que no había tormentas e inundaciones semejantes en la región. Acequias destruidas. Caminos tapados por los aludes. Maldita serpiente.

¿Nos volvemos o seguimos intentando? Miro a mi hijo. Le prometí llevarlo de vacaciones a Chile. Conseguimos que nos envíen otro documento de identidad. Mientras esperamos que llegue, seguimos paseando un poco por la zona mientras la gente del lugar nos sigue contando, detallando, los desastres que la tormenta dejo.

Segundo intento de cruce a Chile. Los empleados de la aduana nos miran desconcertados. ¿Van a volver a cruzar? Nos miramos y nos reímos. Ellos también se ríen. Subimos a nuestro pequeño vehículo rojo y nos despedimos a bordo de ese pedacito de hogar rodante que encara invencible hacia las montañas desafiantes.

Los Andes. La cordillera otra vez. La belleza violenta de esas montanas inmensas. El caminito serpenteando, primero hacia arriba, arriba, mas arriba. Después bajando empinado hasta el fondo de los valles marcados por cauces de agua de deshielo. Le digo a mi hijo: “por acá paso San Martin”. Bueno, no exactamente por acá, pero no importa. Imaginate cruzar estas montañas a lomo de mula.

A las 3 horas y media llegamos a la aduana chilena. Más caras de sorpresa de algunos empleados que nos reconocen. La familia que perdió los documentos. Un empleado de aduanas parado en la entrada sostiene en la mano los documentos que perdimos. Los habían encontrado ese mismo día, tirados a pocos metros del lugar. ¿Una especie de señal?

Atravesamos la frontera. Seguimos bajando por la ruta prolija, hermosa. Vamos buscando el mar. Los abrazos de los amigos que nos esperan. Una cerveza fría. Varias cervezas frías. Llegamos a un primer pueblo, precedido por viñedos que bordean la ruta y se extienden hasta la punta de los cerros. Lo atravesamos lentamente. Seguimos bajando. Viñedos. Más viñedos. Recorremos el Valle del Elqui. Bordeamos un lago y un dique gigantescos. Seguimos bajando hacia el mar. Vamos llegando al mar. Los carteles prolijos nos van guiando. Empezamos a intercambiar mensajes de texto con los que nos están esperando en la playa. Nos vamos acercando. La cerveza esta más cerca. Más cerca. Llegamos. Llegamos.  Caras sonrientes. Abrazos. Más abrazos. Una mala noticia. Se cancelo nuestra reserva porque tardábamos en llegar. Caras largas. Primera cerveza. La serpiente hija de puta otra vez, recordándonos que este es su año.

Luego de unos minutos de zozobra y varias cervezas, otra señal. Otra familia cancelo su reserva. Conseguimos la cabaña. Tenemos donde dormir. Nos empezamos a relajar. Empezamos a notar la belleza del lugar. La bahía de La Herradura iluminada por las luces de Coquimbo se despliega frente nuestro. Algunos veleros y barquitos surcan lentamente la superficie del mar. Más cerveza.

Nos vamos a dormir contentos. Sigo cumpliendo mi promesa. Mi hijo va a jugar en la playa mañana. Aunque sea por un rato, burlamos a la serpiente.


Sunday, November 24, 2013

El ultimo partido del Norte contra el Sur

Esa noche hacia frío, mucho frío. Creo que termino siendo la noche más fría del año. A nosotros se nos ocurrió jugar el clásico partido de los jueves en una cancha que quedaba lejos, bien lejos, pasando la circunvalación, como saliendo para Río Cuarto.

Llegar a la cancha desde la oficina me termino llevando casi una hora. Cuando baje del auto para abrir el baúl y sacar el bolso me di cuenta del frío. No era un frío polar de película, de esos que te congelan la punta de la nariz, o las orejas. Era un frío de vaporcito saliendo de la boca, mucha humedad, se podía ver el rocío cubriendo el pasto de la cancha.

No había vestuario o algo parecido que estuviera abierto en las precarias instalaciones que se veían al fondo. A cambiarse al auto. Un poco más de frío subiendo por las piernas mientras me sacaba el pantalón y me ponía el short de fútbol. Me puse una camiseta azul y roja de mangas largas de algodón y un polar azul encima. Medias blancas y los botines, medio baqueteados por varios años de picados semanales. Algo así como una lejana estampa de futbolista. El típico oficinista que de vez en cuando siente que puede pararse frente a un tiro libre con las manos en la cintura, mirando al arco y a la pelota como si realmente pudiera pegarle y ponerla donde quiere. Cuestión de actitud.

Similares atuendos y actitudes se repetían a medida que los vagos bajaban de los autos y se acercaban caminando lentamente. Caras de “¿cómo mierda se nos ocurrió venir a jugar hoy acá?”. Intercambiamos saludos mientras amontonábamos los bolsos a un costado de la cancha. De poco nos fuimos metiendo  en la cancha y empezamos a trotar en grupos de 2 o 3.

Importante precalentar adecuadamente, sobre todo en mi caso que hacía varios meses que no jugaba al fútbol más que en la Playstation de mi hijo. Algo así como mi regreso a las canchas. Dimos 2 o 3 vueltas a la cancha bajo el garrotillo que empezaba a caer despiadado sobre nuestras cabezas. Elongar, estirar bien los músculos de las piernas, tratando de evitar el tirón traicionero al tratar de llegar a una pelota dividida o al pegarle furiosamente al arco. El recuerdo en el cuerpo de tantos entrenamientos cuando pendejo, corriendo en noches como esta, mojándote al caer al piso, golpeándote y sintiendo el cansancio en cada respiración.

Unos piques finales y a pegarle un poco a la pelota. El Seba me la paso despacito, rastrona y le pegue por primera vez en mucho tiempo. La pelota voló hacia el arco vacío y termino dormida en la red. Buen comienzo. No me desgarre en ese primer contacto. El Santi busco la pelota dentro del arco y después de pegarle un puntazo dijo: está muy liviana, parece un globito… Algunos asintieron con la cabeza. A mi se me escapo una sonrisa. Nunca pude darme cuenta cuando la pelota estaba adecuadamente inflada.

Empezamos a acercarnos al círculo central, que en este caso era imaginario porque las marcas de cal, si es que alguna vez las hubo, ya no estaban allí.
-      - ¿Cómo jugamos? – pregunto Emiliano.
-      - Norte  contra Sur, como siempre – respondimos varios.
-      - Y… si se la bancan… – dijo el Seba, empezando a cagarse de risa.

Y es que era para cagarse de risa. Los del edificio Norte éramos más viejos y más chotos. Secretamente creíamos que podíamos dar el batacazo, pero generalmente terminábamos perdiendo ante el buen juego del Seba y los demás pendejos del edificio Sur. El Seba era lo más parecido a un jugador profesional que teníamos en la empresa. La leyenda contaba que el mismo se había comprado el pase en la época que jugaba en el equipo de la Universidad, en Buenos Aires.

Nos repartimos 11 para cada lado. Norte y Sur. Buscando la posición más adecuada para cada uno y su estilo de juego. Acordando con los compañeros como y donde íbamos a jugar cada uno. Yo me pare de lateral izquierdo. En otro momento me hubiera parado en la mitad de cancha, tirado a la derecha como un 8 de los de antes. Pero preferí jugar abajo, como para tratar de disimular mi  falta de estado y evitar tantos estragos en el rendimiento general del equipo. Y es que ya con el precalentamiento me había dado cuenta que iba a ser prácticamente imposible completar decorosamente la hora entera de partido.

Empezó el partido. Movieron ellos. A mí me toco marcarlo a Emiliano. El petiso corría como un animal. A los 5 minutos, en la primera pelota que le tiraron a mi punta, se la alcance a tocar de pedo, mandándola al corner, justo cuando ya se me iba solito. Esa primera corrida bajo la noche fría me dejo completamente sin aire. Era como que con el vaporcito que me salía de la boca se me iba yendo no solo el aire sino también la vida.

Despejamos el corner y la reventamos para arriba. A correr a mitad de cancha. Matías y un amigo que había invitado para que pudiéramos completar los 11 la empezaron a llevar para el arco de ellos. Iban tocando y triangulando hasta que chocaron de frente con los marcadores centrales.

El partido siguió parejo, raro. Inexplicablemente no nos pudieron hacer un gol hasta pasada la media hora. Creo que fue el Seba de cabeza el que abrió el marcador.

Seguimos aguantando. Seguí aguantando en mi porción de la cancha, viendo como el partido se desarrollaba lejos, mayormente en mitad de cancha. Hasta que en una jugada Matías y su amigo volvieron a intentar una pared frente a los defensores del Sur y esta vez la pelota si paso limpia en el último pase y Matías la clavo solo frente al arquero. Breve festejo  con escasos abrazos y a aguantar otra vez.

Mientras volvíamos para nuestro lado de la cancha nos miramos entre todos. A esas alturas, para nosotros, en esa noche helada, un empate era como ganar el mundial.

Seguimos aguantando. El equipo entero marcando y mordiendo, tratando de anticipar en cada jugada, porque cuando estas tan falto de fútbol, si te pasan ya no hay recuperación posible. Los 11 aguantando como equipo y yo tratando, de mi lado de la cancha, que no se me escapara Emiliano y que no me diera un bobazo.

Y cuando ya faltaban solo 10 minutos, hicimos otro gol. Creo que fue de cabeza. No puedo recordar exactamente quien hizo el gol. Debió haber sido por el cansancio ya insoportable a esas alturas o a lo mejor por la falta de oxigeno.

Y terminamos aguantando el 2 a 1, cagados de frío, y cuando el encargado de la cancha vino a decirnos que se termino, que se había cumplido la hora, nos miramos y festejamos. Festejamos de golpe, a los gritos, como si hubiéramos ganado un campeonato. Festejamos porque habíamos ganado uno de esos partidos que si lo volvíamos a jugar 50 veces lo perdíamos las 50. Festejamos mirándonos cómplices, porque cuando uno esta tan hecho mierda, tan alejado del fútbol, sabe lo que vale aguantar un partido entero contra pendejos a los que les llevas 15 años de edad. Festejamos porque sabíamos que los íbamos a gozar por lo menos hasta fin de año. Y no les íbamos a dar revancha. Iba a ser el ultimo. Y festejamos porque en esa noche fría y húmeda, íbamos a volver a casa y le íbamos a poder contar a nuestras familias como fue que ganamos el partido contra los del Sur, aguantando hasta el final.

Saturday, November 23, 2013

La luna y las estrellas...

Se hace difícil escribir estos días. Falta de tiempo o de ganas. Me había propuesto escribir algo todas las semanas. Intentar mantener cierta especie de ritual, cierta constancia, pero eso esta empezando a hacer que esto se parezca a un trabajo…


Cuando era chico quería ser astronauta o cocinero, en ese orden. Quería subirme a un cohete con mi traje espacial y volar al espacio en medio de una inmensa llamarada de colores, rápido, rápido, más rápido que el sonido. Y trataba de imaginar como seria ver la tierra desde arriba, desde la luna por ejemplo. Tratar de identificar las montañas y los mares, tratar de encontrar mi país, mi casa, así vista chiquita desde el espacio.
Imaginaba que volaba por el espacio, en naves estilizadas, como aviones de papel  blanco, brillantes bajo la luz de las estrellas. Y volaba entre los planetas y sus lunas y pasaba cerca de Saturno y los anillos y después seguía volando, cada vez mas lejos, como esas pequeñas navecitas solitarias que los norteamericanos enviaron al espacio exterior con un mensaje de presentación de la humanidad grabado en un disco de oro.

Y volaba entre las estrellas, con solo un pequeño avioncito en mi mano, moviéndolo a lo largo de los dibujos de las paredes de la casa de mis padres, imaginando que las suaves líneas de distintos tonos de las vetas de la madera eran los contornos de constelaciones y nebulosas lejanas, los ojos redondos y oscuros que a cada tanto cruzaban la superficie eran gigantescos planetas o agujeros negros. Y con los agujeros negros había que tener mucho cuidado. Te podían tragar con la nave / avión enviándote a otro universo o a otra dimensión o simplemente a la nada.

Y a veces pensaba en todo lo que iba a tener que hacer para poder ser astronauta. Había visto un documental en blanco y negro donde mostraban que los astronautas corrían en una cinta mientras respiraban con una mascarilla conectada a unas maquinas que controlaban su respiración y después se subían a una silla cohete que los disparaba a gran velocidad hacia el cielo y bajaban colgados de un paracaídas. Y había que estudiar mucho y aprender a volar, primero en aviones chiquitos, después en cohetes, primero dando vueltas cerquita de la tierra, como la perra Laika o los monos de la NASA, para finalmente volar hasta la luna como Neil Armstrong.

Y aunque había que hacer un montón  de cosas para poder ser astronauta a mi no me importaba porque tenía tantas ganas de volar que sabia que nada me iba impedir llegar a la luna y las estrellas. Sabía que algún día iba a subir por la escalerilla de un cohete blanco y plateado y antes de cerrar la escotilla me iba dar vuelta para saludar a mi mama y ella iba a estar ahí jovencita como la recuerdo de cuando era chico, despidiéndome mientras yo volaba hacia las estrellas.

Saturday, November 16, 2013

Cuando nos encontramos...

Afuera sonaban las cacerolas. Adentro nosotros nos acurrucábamos abrazados, llorando despacito sin entender porque. Las torres habían caído hacia 3 meses mientras nosotros empezábamos nuestra historia de amor.
Como entender todo lo que pasaba alrededor mientras nosotros mismos todavía no terminábamos de entender, de procesar la alegría, la emoción inmensa que nos provocaba el habernos encontrado. Como si hasta ese momento hubiéramos sido 2 náufragos flotando en un mar de gente sin poder encontrarnos. Hasta que nos encontramos. Y nos miramos. Y el mundo exploto a nuestro alrededor. Y siguió explotando. En colores. En blanco y negro. Muy rápido. Muy despacio. Con nosotros dos abrazados en el centro, llorando despacito.

Tuesday, November 12, 2013

Semana complicada...

Semana complicada... monton de cosas feas... monton de cosas lindas... imposible encontrar el espacio / tiempo necesario para escribir alguna de las millones de cosas que me pasaron por la cabeza estos ultimos dias...

Saturday, November 2, 2013

El perro Joaquin

Nuestro primer perro se llamaba Joaquin. Si bien yo siempre había tenido perros de chico y en orden estrictamente cronológico mi primer perro había sido un perro policía que se llamaba Puma, Joaquin fue el primer perro que tuve cuando yo mismo ya era padre.

Hacia pocos días nos habíamos mudado a nuestra nueva casa, un pequeño dúplex en un barrio hermoso lleno de plazas y arboles en las veredas, dejando atrás el que había sido mi último departamento de soltero. Mi mujer, que siempre había tenido perros  y es definida por su propia madre como “perrera”, encontró a este cachorrito en la calle cerca de la casa materna y se lo llevo con ella. El perrito era chiquito, flaquito, tenía pelo corto blanco con algunas manchas negras y para cuando yo lo vi por primera vez al regresar del trabajo, ya no tenía las garrapatas que según me contaron, le cubrían aproximadamente la mitad del cuerpo cuando lo encontraron. Lo habían llevado al veterinario y ya lo habían curado de las heridas que pulgas y garrapatas le habían causado y además lo habían desparasitado. Lo único que teníamos que seguir tratando era la sarna que el pobre Joaquin también tenia y para ello teníamos que bañarlo y aplicarle un liquido especial durante varias semanas.
Joaquin, como la mayoría de los perros de la calle, desde el primer momento fue muy dócil y era casi imposible no caer rendido a sus ojos compradores. El perrito se dejaba curar las heridas y soportaba estoicamente los baños a los que lo sometíamos prácticamente todos los días y aguantaba casi sin lamerse, las aplicaciones de los líquidos que le iban terminando de curar la sarna.

Pasaron las semanas y Joaquin se fue mejorando y fue creciendo y engordando hasta parecerse finalmente a un perro hecho y derecho. Dormía en el pequeño patio del dúplex,  debajo del asador y durante el día pasaba la mayor parte del tiempo dentro de la casa, jugando con mi hijo que apenas empezaba a gatear. Los fines de semana o algunas tardes cuando volvía temprano del trabajo, salíamos a pasear los 3 hombres de la casa; mi hijo en su cochecito de bebe, yo detrás empujando el cochecito y Joaquin a un costado con su collar y una correa finita de color azul. Solíamos ir a una plaza a 2 cuadras de casa y ahí nos sentábamos y jugábamos los 3. Jugábamos todos los juegos que un bebe, su papa y un perrito de la calle adoptado podían jugar en una plaza. Y la gente pasaba y nos miraba y un día una mujer que nos estaba mirando se nos acercó y me dijo “trajiste 2 cachorritos” y se quedo mirándonos jugar un rato mas. De esa época tenemos una foto que le sacamos una vez que trajimos unos huesos gigantescos que habían quedado de una pata de ternera que habíamos comido en un festejo y en la foto se lo ve a Joaquin con cara de felicidad, en el pasto de nuestro patio, al lado de uno de los huesos que eran casi mas grandes que él.

Cuando estábamos en casa, tratábamos que Joaquin no saliera solo a la calle, que no se escapara pasando su cuerpo flaco a través de los barrotes de la reja de la cochera. Era muy chiquito y teníamos miedo que los otros perros de la cuadra lo pudieran lastimar o se perdiera y no supiera como volver, como regresar a casa. Y en general Joaquin no se escapaba. Hasta que un día se escapo. Alguien, no puedo recordar exactamente quien, dejo una puerta abierta y Joaquin, aprovechando el descuido, se dio a la fuga, rápido, veloz, dando saltitos como una gacela de Thomson.
Pasaban las horas y Joaquin no volvía. Lo salimos a buscar por el barrio y no lo pudimos encontrar. Hasta que se hizo de noche y regresamos cabizbajos y preocupados a nuestra casa. Cenamos en silencio y cuando nos estábamos por ir a dormir mi mujer se puso a llorar desconsolada, preocupada por el pobre perrito que se había perdido o había sido secuestrado por algún desconocido en la calle. Nos acostamos y como a eso de las 3 de la mañana mi mujer se despertó, alertada por ruidos en la planta baja. Bajamos las escaleras y cuando abrimos la puerta del frente que daba a la cochera nos encontramos con Joaquin que había vuelto y nos hacia fiesta como si los que hubiéramos vuelto de algún lado fuéramos nosotros. Mi mujer lo alzo y lo abrazo y se puso a llorar, esta vez de la alegría. En medio de los festejos imaginábamos que Joaquin, al fin y al cabo un perro aventurero, había escapado de sus secuestradores para volver a casa, con nosotros.

Pasaron los días y Joaquin no volvió a escapar. Hasta que se volvió a escapar. Y esta vez fueron 2 o 3 días. Y luego volvió. Y se volvió a escapar de nuevo. Y a los 2 o 3 días regreso  nuevamente. Y de a poco la teoría conspirativa de los secuestros que yo había elaborado para tratar de explicar las ausencias de nuestro perro fue perdiendo sustento. Y así, el ciclo de escape y regreso se repitió varias veces de forma misteriosa, hasta que un día mientras Joaquin se escapaba y se alejaba dando saltos, mi suegro, que estaba de visita en casa, se decidió a seguirlo y salió corriendo detrás de él.
Pasaban los minutos y ni mi suegro ni el perro regresaban. Cuando ya estábamos empezando a pensar que nos iban a pedir rescate por ambos, vimos que mi suegro regresaba caminando tranquilo con una sonrisa en la cara. Entramos a casa y entonces nos conto lo que había pasado: había seguido corriendo al perro que iba disparado como un misil por varias cuadras, cruzando una plaza, ladrando, como saludando a sus conocidos del barrio, hasta que después de unos minutos el perro se detuvo enfrente de una casa y antes que mi suegro pudiera acercarse entro muy decidido. Mi suegro se acercó hasta la casa y toco timbre y entonces se asomo una mujer y mi suegro le explico que el perro que acababa de entrar era nuestro. La mujer sonriendo le explico que ella tenía una perrita, que la perrita aparentemente estaba en celo y que nuestro perro la había estado “visitando” los últimos tiempos. Mientras mi suegro terminaba el relato nos empezamos a reír los tres. Nuestro perro no había estado secuestrado, simplemente se había puesto de novio. ¡Bien por Joaquin! Teníamos un perro galán.
Con el tiempo, Joaquin se siguió escapando. Creo que no es que la pasara mal con nosotros, sino que simplemente su instinto o sus ganas de pasear, de volver a la calle, lo llevaban a escaparse buscando un poco mas de libertad. Pero siempre volvía. Volvía un poco mas flaco, cansado, con ganas de dormir un rato, como si fuera un adolescente volviendo del boliche, con su collar verde en el cuello. Hasta que una vez volvió sin el collar. Maldije a quien se lo había robado y le compre otro. Se volvió a escapar y volvió nuevamente sin su collar. Maldije nuevamente y compre otro collar. Se volvió a escapar y volvió sin el collar. Maldije por última vez y compre otro collar. El perro escapo nuevamente y obviamente volvió sin collar. No maldije ni compre más collares. Y el perro se volvió a escapar, pero esta vez sin collar. Y pasaron 2 o 3 días y el perro Joaquin volvió, ¡con un collar! Era un hermoso collar amarillo con detalles de cuero marrón que seguramente otra familia que también lo había adoptado le había comprado. Mi perro tenía 2 familias. Joaquin no solo era un galán, en realidad era un perro pirata.

Y un día, Joaquin se volvió a escapar. Y pasaban los días y el perro pirata no volvía. Y cuando ya nos habíamos empezado a preocupar de nuevo porque hacia como una semana que nuestro perro no regresaba, el perro volvió. En realidad lo trajeron de regreso. Estábamos tomando mate en la vereda y un auto se detuvo en la esquina. Se abrió una ventanilla y por la ventanilla salto Joaquin y vino saltando feliz hasta donde estábamos nosotros. El auto se estaciono unos metros mas adelante y se bajo un hombre que vino caminando hacia nosotros.
-          ¿El perro es tuyo? Me pregunto el hombre.
-          Si, se nos escapo hace unos días – conteste, empezando a preocuparme por lo que pudiera haber hecho Joaquin durante su ausencia.
-          Estaba en casa desde hace varios días, cortejando a una de nuestras perras. Los perros de casa lo toreaban todo el día, pero él no se quería ir – dijo el hombre con una sonrisa.
-          Como nadie lo venia a buscar, decidimos subirlo al auto y dar una vuelta por el barrio, a ver si el reconocía su casa y lo podíamos devolver – agrego el hombre.
-          Muchas gracias – alcance a contestar mientras el hombre se agachaba para acariciar a mi perro.
-          Cuidalo, es muy lindo perro – me dijo y se despidió de nosotros, los dueños del perro pirata.

Y otro día, un día frio de invierno, Joaquin se escapo y salió disparado para la calle y cuando vio que el portón de los vecinos de enfrente estaba abierto entro corriendo al jardín como una flecha y no paro hasta caerse adentro de la pileta que por suerte todavía estaba llena de agua. Esa vez el que lo trajo de vuelta fue Carlos, el guardia que cuidaba nuestra cuadra por las noches. Volvió todo mojado, sorprendido, con los ojos abiertos muy grandes, como consciente de haber hecho una macana.

Y así pasaron los días y los meses, con nuestra rutina familiar de escapes y regresos perrunos. Hasta un que un día Joaquin salió y una vez mas no volvió a casa. Se había ido para acompañar Marisa, la señora que cuidaba a mi hijo por las tardes hasta la parada de colectivo, cosa que se había acostumbrado a hacer todos los días. Todo iba bien hasta que a mi perro lo traiciono su instinto y salió corriendo detrás de una moto que pasaba por la avenida y un auto que venia por el carril contrario lo atropello. Yo estaba volviendo del trabajo a casa, cuando recibí el llamado de Marisa, que entre llantos me explico que a Joaquin lo habían atropellado.
Al llegar a casa, luego de guardar el auto, disimuladamente salí a buscar a Joaquin. Quería ver si lo podía encontrar para llevarlo al veterinario. Di varias vueltas por la zona donde había sido el accidente, pero no pude encontrarlo. Esa noche no pude encontrarlo.

Al otro día, de madrugada, volví a salir a buscarlo, ya con menos esperanzas de encontrarlo vivo. Y lo encontré. Finalmente lo encontré muerto, en el jardín del frente de una casa, donde estaba acostado, como dormido. Lo alce y lo lleve en brazos de vuelta a casa. Y así, Joaquin, nuestro perro pirata, finalmente volvió con nosotros, para quedarse quietito en una foto, desde donde me mira contento, con un hueso gigante a su lado.

Saturday, October 26, 2013

Postal urbana: pareja de estudiantes

Iba bajando para el Boulevard San Juan, apurado porque mi hijo estaba a punto de salir del colegio y no le gusta quedarse esperando. Era una de esas mañanas de primavera donde el sol empieza a colarse entre los edificios y de alguna manera parece,  aun en medio de la ciudad, que el aire es puro, fresco. Todavía no había demasiada gente dando vueltas en la calle. El naranjita que se ofreció a cuidarme el auto tenía cara de dormido. La misma cara de dormido que supongo yo mismo debía tener aun. Cara de “que noche la de anoche!”, aunque en mi caso la cara se debía al cansancio acumulado durante la semana y un poco de insomnio.
No puedo recordar que iba pensando mientras me acercaba caminando rápido al Boulevard. Recuerdo que al acercarme a la esquina, levante la vista y los vi, terminando de cruzar la calle en dirección contraria a la mía. Ella tenía unas sandalias con algo de plataforma que la hacían ver más alta, más flaca. Me pareció que tenía lindos pies. Arriba de los pies, pantalones de jean ajustados, un poco gastados, le marcaban la forma de las piernas. Largas piernas. Las caderas. La cintura. Y arriba una remera oscura con un dibujo que no puedo recordar si tenia alguna inscripción o leyenda o solamente el dibujo. Una cartera pequeña cruzada en bandolera y el pelo castaño suelto, ondulado y largo hasta los hombros, apenas agitado por el movimiento al caminar. La cara lavada, sin maquillaje. Ojos oscuros sin lentes y una sonrisa apenas asomando de unos labios finitos debajo de la nariz. Como un par de detalles de terminación finales, alcance a identificar un par de lunares y algunas pecas.
El venia arrastrando una valija oscura, gastada, con rueditas. Esas rueditas pequeñas que claramente no están pensadas para circular por las veredas y calles de la ciudad y hacen que uno golpee la valija contra todos los pequeños escalones que inexplicablemente se van presentando y en especial contra los cordones de las veredas. La valija me hizo recordar por un instante que yo también estuve ahí, en la misma situación, volviendo / yendo de viaje, arrastrando una valija una y otra vez, a lo largo de varios años, mientras estudiaba en la facultad. Pude verme de nuevo despidiéndome de mi familia, mis amigos y subiendo a un colectivo. La sensación de tristeza. Empezar a extrañar mientras el colectivo encaraba la ruta.  
Él tenía zapatillas oscuras de lona, bastante limpias. Pantalones de jean no tan ajustados, bastante nuevos. Las piernas alcanzaban a dibujarse chuecas debajo de la tela de los pantalones, como dándole cierta estampa de deportista. La remera holgada era de color verde oscuro, lisa, sin inscripciones. El pelo corto coronaba una cara con cierto cansancio dibujado en los ojos. Detrás del cansancio, los ojos tenían cierto brillo especial. Tarde un instante, pero logre reconocer el brillo, el origen del brillo, en el momento en que finalmente pude ver sus manos entrelazadas, como completando el cuadro. Recordé que yo también estuve ahí, tomando de la mano a mi amor, caminando por las mismas calles, brillando hermoso, invencible, con toda la vida delante mio.


Me hice a un costado mientras ellos pasaban a mi lado mirándose y continúe caminando hacia el colegio de mi hijo, empezando a olvidarlos lentamente.

Wednesday, October 23, 2013

El periodista y el entrevistado

Prendo la tele. Programa de periodismo político. Sonamos. Decido verlo. En el pasado el periodista que conduce el programa supo gozar de mi simpatía, como me lo recuerdan 3 libros suyos que reposan en la biblioteca, al alcance de mi vista. El periodista presenta una nota. Vamos a ver un video tipo cámara oculta, filmado por un agente del orden, en el cual se puede ver a un señor diputado de la Nación resistiéndose a que le retengan el auto por haber cometido una infracción, o mejor dicho por estar en infracción al no poder presentar documentación del vehículo que le es requerida por un agente de transito. Veo el video. Oigo el audio, la discusión entre el señor diputado y la agente de transito. Siento como que ya lo vi y oí mil veces en los últimos 10 días. Probablemente esta sensación tenga que ver con la otra sensación de hartazgo, el saberme sometido a un interminable bombardeo de propaganda política explicita y de la otra. Todo exacerbado por la época electoral en la que nos encontramos inmersos. Termina el video. Volvemos al piso. El periodista continúa hablando. Mientras habla, yo intento separar, debo confesar que sin mucho éxito, la información objetiva de las opiniones personales. En la vorágine del discurso, las opiniones pasan a transformarse casi en verdades fácticas, axiomas.
De pronto, el periodista comienza a mostrar, a señalar en las pantallas detrás de él, una serie de tweets de un conocido artista del medio que se decidió a opinar del episodio, cuestionando, desafiando de alguna forma, varias de las frases del diputado expresadas durante la discusión con la agente de transito. Parece ser que dichos tweets generaron un gran revuelo en las redes sociales y entonces el periodista explica que se decidió a entrevistar a este artista para dialogar justamente acerca de los tweets, sus opiniones y el episodio en cuestión. Sinceramente, me llamo la atención que decidieran entrevistar a esta persona en particular, debido a que no se trata de un experto en temas políticos o alguien que en el pasado se hubiera expresado públicamente acerca de este tipo de cuestiones claramente alejadas de su quehacer artístico.
Pasamos a la entrevista. El periodista canchero se muestra amigable, confianzudo. Es como si el entrevistado y el periodista se hubieran comido 1000 asados juntos. Después de romper el hielo con 2 o 3 preguntas típicas, el periodista encara para el lado de los tweets que generaron / contribuyeron al escandalo. En ese momento la entrevista se transforma en un sketch de Peter Capusotto: “Vas a decir lo que yo quiero que digas”, con el periodista insistiendo en poner en boca del entrevistado, frases que este realmente no dijo / no quiso decir en ningún momento. El entrevistado responde lo que le preguntan. No parece darse cuenta del juego planteado. Comienza a explicar porque cree tener la autoridad moral para plantear un desafío como el que propuso públicamente en los 4 o 5 tweets que salieron a la luz, algo así como: “quien me va a enseñar a mi lo que era la dictadura”. Ahí me empiezo a sorprender. No por la edad revelada por el entrevistado o el hecho que ya sea abuelo. Me sorprenden los detalles de la infancia. La descripción detallista de hechos vividos, épocas de represión, episodios violentos. El análisis del funcionamiento de aparatos represivos, implementados primero por facciones pertenecientes a gobiernos democráticos y luego por los militares golpistas.
El periodista intenta repreguntar, trata de usar algunas frases a su favor, lo logra a medias porque el entrevistado sigue con una catarata de anécdotas personales, como ajeno al juego planteado. La dinámica va cambiando. A estas alturas el protagonismo del entrevistado se magnifica y el periodista lo deja seguir solito no solo porque dijo lo que dijo, twiteo lo que twiteo, sino por todo lo que tiene para decir acerca de la libertad de expresión y otros tópicos tan funcionales, tan de moda.
Sobre el final, el entrevistado hace una última revelación acerca de su identidad, la relación con su padre y ahí si como que se nota cierto guion, cierto acuerdo previo. Últimos intercambios alrededor de la idea de la persecución a los que piensan distinto. 2 tipos hablando como potenciales victimas de censura frente a millones de televidentes.

Fin de la entrevista. Monologo del periodista estrella. Fin del programa. Los títulos empiezan a pasar mientras yo me quedo pensando en que aprendí 2 o 3 cosas de la vida personal del entrevistado y que esta bueno, muy bueno que cualquiera pueda decir cualquier cosa en cualquier lugar. Después uno termina eligiendo lo que quiere creer o a quien le quiere creer. ¿O no?

Saturday, October 12, 2013

Internet, los blogs, Twitter, la paciencia y la ansiedad...

Como dice el amigo Ernesto en su blog, un día la comunicación entre los humanos se torno asincrónica. En esa época de soltar palabras que algún día eran recibidas por los demás como botellitas entregadas al mar, las comunicaciones epistolares permitían que uno pusiera el enojo, la ansiedad, la tristeza y/o el amor en un sobre para luego enviarlo a la persona con la que quería compartir esos pensamientos / sentimientos sin saber realmente cuando se obtendría una respuesta o siquiera si se obtendría una respuesta. Esa dinámica asíncrona, de soltar un mensaje autónomo, enriquecido con todas las palabras que le permitieran sostenerse a si mismo durante todo el tiempo que durara su viaje, ejercitaba nuestra paciencia, volviéndonos irremediablemente melancólicos. Así, la paciencia pasaba a ser una de nuestras cualidades inherentes, necesarias para no enloquecer esperando. Es que enviabas una carta a tu novia a la distancia y luego de 7 o 10 días, recibías una respuesta: "Oh, ya no te quiero...". Pum!, bajón, tristeza, procesamiento asíncrono... a escribir una carta, a tomarse todo el tiempo para escribir una carta que respondiera adecuadamente a semejante mensaje. Y luego a esperar nuevamente…
Con el tiempo, a lo mejor de una manera mas rápida que lo que uno hubiera esperado, y es que para algunas cosas la vida siempre va mas rápido que lo que uno espera, las comunicaciones fueron cambiando. La interacción entre los humanos fue ganando en velocidad, inmediatez. Primero el correo electrónico y los celulares, luego Internet, esa especie de pizarrón gigante donde, si uno contaba con los conocimientos y herramientas adecuadas, se podía escribir un mensaje esperando que todo el mundo lo viera. Ultimamente el acceso “masivo” a los blogs, las redes sociales y los 140 caracteres de Twitter. “Me gusta”, “Estoy por comerme un choripán… #Choripan”.
A mi lo de la velocidad me gusta, soy como una especie de anticuado escritor epistolar adaptándose a estas nuevas herramientas que me permiten dar rienda suelta a mis ganas de comunicarme a un ritmo adecuado para mi presente ansiedad. Y es que últimamente la ansiedad me mata, me roba el poco sueño que me quedaba y me hace mirar a la pantalla del celular con una frecuencia poco razonable, al menos para alguien de mi edad (es que aunque a veces me sienta de 10 años por fuera parezco de cuarenta). Pero creo que prefiero esa dinámica a volver que tener que esperar semanas por una carta que no se si va a llegar.
También me gusta esa capacidad de reducir las distancias físicas casi a cero. La posibilidad de retomar un contacto casi diario con personas a las que quiero, personas que extraño, que me había acostumbrado a extrañar durante la era asíncrona. De pronto, mi familia, mis amigos pasaron a estar al lado mio, al alcance de mi mano.

Finalmente, lo que no me gusta son ciertas disrupciones, desafortunadas interacciones, fruto de la economía inherente al uso de estas nuevas herramientas de comunicación. Es que no todo podía ser feliz en este mundo virtual. Es que hay gente que aun cuando durante 20 años nunca me llamo por teléfono ni se digno a escribirme una carta, de pronto se “presenta” en Facebook solicitando ser mi amigo. Personas que nunca se tomaron el trabajo de escribir una carta, buscar un sobre, caminar hasta el correo y esperar, ahora pretenden ser mis amigos solamente porque es muy simple, muy fácil hacer 2 clicks y enviar una solicitud de amistad. Para ellos, mi repudio y “Eliminar Solicitud”.

Saturday, October 5, 2013

Los diablos y Angel

El abuelo de Marcos se llamaba Ángel. La abuela de Marcos, en realidad cualquiera que hubiera conocido un poco al abuelo, hubiera dicho que era una locura que se pudiera llamar Ángel un tipo que desde su más tierna edad siempre fue una especie de demonio. Y es que el abuelo siempre fue una persona de esas difíciles de tratar. Un personaje exuberante, loco, desbordado por un montón de diablos que tenía adentro. Un hombre grandote con un montón de diablos que se habían ido escondiendo, ocultos / no tan ocultos en fragmentos / recuerdos de cosas que le habían pasado y que había hecho a lo largo de toda una vida. Diablos que a menudo estallaban incontenibles, arrasándolo todo a su alrededor.
A lo mejor había sido el hecho de criarse guacho. El haber sido separado muy pronto de su madre. La vida dura en el pueblo y el campo, allá lejos en Europa. El hambre que los acorralaba robándoles el sueño a los niños, las esperanzas a los padres. Los castigos de los abuelos que no eran abuelos. El hambre. El hambre. El hambre…
Y después, un periodo oscuro. Alguien, creía que la abuela, alguna vez le hablo de como el abuelo, siendo adolescente se escapo de la casa, de la vida dura, eligiendo su propia vida, mas dura aun. Y como se fue por los caminos de un país que empezaba a estallar para buscar algo que no sabia que era.
Y después de varios años, la guerra. Guerra contra hermanos, tipos que hablaban su mismo idioma. La guerra como una forma estúpida de encontrar eso que seguía buscando. Un montón de anécdotas. Un montón de diablos más. Extrañamente, el abuelo Ángel, que nunca hablaba de su infancia y su adolescencia, si hablaba de la guerra. De la muerte. Los amigos que fueron muriendo. Desapasionadamente, y esto si era extraño en el, relataba como su amigo Mario se desangro a su lado en una noche fría de Noviembre y como el solo se quedo callado, quieto, mientras a su amigo la mirada se le iba perdiendo en la oscuridad.  Y contaba como mato a un hombre, como le disparo con su fusil, hiriéndolo de muerte. Y explicaba como eso no tenia nada de heroico, ni de dramático, como su vida no cambio a partir de ese momento. Era solo un episodio más de una crónica distante.
Y después de la guerra, la derrota. Un campo de concentración. Un pedazo de terreno en medio de la nada, alambres de púa, algunas carpas y gente desparramada aquí y allá, olor a mierda en el aire. Robarle la comida a los más débiles. Golpear, pelear en el barro. Barro y mierda. Más diablos. Alguien, el mismo, haciéndose pasar por loco para zafar. Zafar. Alguien abrió la jaula y el y los diablos salieron corriendo.
Y después el viaje. Cruzando el mar hasta un lugar que quedaba muy lejos. Nunca entendió muy bien como carajo vino a terminar acá. Tan al sur. Tan lejos de todo.
Y los trabajos, trabajos de mierda. Y los viajes recorriendo su nuevo país. Y después el pueblo. Y el taller. El taller que Marcos recordaba de memoria, de cuando todavía se podía pasar los veranos en compañía del abuelo. El taller del pueblo donde se arreglaban los autos, los camiones y los tractores con 2 o 3 herramientas, porque todo se podía reparar con 2 o 3 herramientas. Le dabas a un hombre un martillo, una pinza y un destornillador y podía cambiar el mundo, o al menos tratar de arreglarlo.
Y después conoció a la Abuela. Esa mujer de campo que se le acerco. Esa mujer que lo tomo de las manos y sintió los diablos corriendo dentro de él. Esa mujer que se sometió, en todos los sentidos, a la locura, a los diablos, al amor de ese hombre loco que lo quemaba todo a su alrededor, desgarrando, golpeando, gritando noches enteras.
Y tuvieron 2 hijos. Y los criaron. A la manera de ellos. El con locura, amor y dolor en partes iguales. Ella tranquila, como buscando compensar tanta intensidad arrasadora. Aguantando, aguantando a que los chicos crecieran. Hasta que decidió que ya había sido suficiente y que todavía podía vivir un tiempo más con lo poco que el fuego le había dejado y se fue. Y los dejo a los 3. 
Y la mama de Marcos, que era la hija más chica, termino el secundario y se fue a estudiar a la ciudad y dejo detrás a su padre Ángel, y al fuego y a los diablos. Y el abuelo, solo otra vez, empezó a tratar de sacar a los diablos. Y empezó a escribir. Con manos de mecánico, manos de taller. Y los diablos asomaban la cabeza entre las palabras que los lápices escribían sobre el papel. Y cuando alguien leía las palabras, las poesías desaforadas, los diablos le soplaban fuego y cenizas en los ojos y todos terminaban llorando, apretándose el corazón con las 2 manos.
Y cuando las palabras no fueron suficientes, Ángel empezó a dibujar y a pintar, con las manos de mecánico. En papeles blancos, en las paredes, en telas. Con colores vivos, con blanco y negro, con su sangre. Y los diablos asomaban, ahora de cuerpo entero, por entre las plantas de las selvas que él iba pintando. Selvas llenas de animales imposibles, animales salvajes, hombres locos y los diablos. Y cuando alguien miraba las pinturas, los dibujos, los diablos lo quemaban un poco con sus ojos rojos y todos se alejaban gritando, agarrándose la cabeza con las 2 manos.
Y despues, cuando tambien la pintura no fue suficiente, el abuelo demonio incansable aprendió a tocar la guitarra. Aprendió solo y empezó a cantar a los gritos. Y las canciones que cantaba, eran canciones que todos conocían, pero que cuando el las cantaba eran distintas. Aunque el repetía las letras que había aprendido de tanto escucharlas, las palabras salían cambiadas, cambiadas por los diablos que gritaban, aullaban en la voz de Ángel. Y los que lo escuchaban cantar / gritar en medio de la noche, en medio de la siesta, quedaban como tontos tomándose los oídos, incrédulos.

Y finalmente, un día el abuelo Ángel se murió. Y Marcos, cuando se entero, la miro a su mama, la hija más chica y le pregunto: ¿Que va a pasar con los diablos del abuelo? ¿Quien los va a cuidar ahora?

Sunday, September 29, 2013

Spanglish

- ¿Porque me pediste que viniera acá? - pregunto ella mientras se sentaba enfrente de él y colgaba la cartera diminuta del respaldo de la silla. Estaba hermosa. El bar estaba lleno de gente a esa hora. Esa franja horaria de happy hour entre el final de la tarde y el anochecer de la ciudad garantizaba un entorno completamente superpoblado de conversaciones y ruido ambiente casi ensordecedor dentro de cada uno de los bares y cafés del centro.
- Quería verte - contesto él. A veces las respuestas cortas y sinceras eran las mejores.
- Pero como... ¿no era que no teníamos que vernos más fuera de la facultad? - dijo ella, mientras se empezaba a enojar, a calentar como una pava...
- Si, ya sé que dije que no teníamos que vernos más... pero tenía ganas de verte... y...
Y ella lo miro en silencio. Lo miro furiosa. Y sus ojos decían: "y a mí que mierda me importa... me dijiste que no nos teníamos que ver... y ahora me venís con que tenes ganas de verme... ¿qué te crees, pelotudo, que somos adolescentes histeriqueando en un boliche?"
- ¿Soy un pelotudo, no? – tiro rápido él, adelantándose una jugada.
- y Si. Sos un pelotudo – Ella había superado la etapa del respeto a las investiduras / los roles hacía mucho tiempo, el mismo día que por primera vez el se había referido a sí mismo como al “imbécil del Jefe de Cátedra”, en un guiño cómplice que los invitaba a ellos, a sus alumnos, a faltarle un poco el respeto.
- Vos fuiste el que me explico que aunque soy tu favorita, no estaba bien que nos viéramos fuera de la facultad… también te acordas que te explique que no entendía muy bien porque me decías eso…si entre nosotros no pasaba nada… - dijo ella, repasando / reviviendo la conversación que había formalizado el blanqueo de este juego que los dos venían jugando desde hacía varios meses.
- Si, me acuerdo… después te dije que nosotros no debíamos, no podíamos ser como los personajes de la película “Spanglish” – Costumbre pelotuda esa de siempre buscar referencias cinematográficas.
- Y yo te conteste que no había visto la película – dijo ella, riéndose de nuevo como la primera vez que había mencionado esas palabras.
- Me cagaste toda mi preparada alocución… como siempre – dijo él, mientras una sonrisa empezaba a asomarse a su cara.
- Desgraciada… Te tuve que contar parte de la película…perdí todo el “momentum” tratando de describir los personajes del Chef, la empleada mexicana y la esposa del Chef…las relaciones entre ellos…
- Sabes que finalmente nunca la vi… a la película… - dijo ella, mientras se seguía riendo, gozando de la impunidad que le daban su juventud y su egoísmo a flor de piel.
- ¡Obvio que no la vas ver! Es como pedirme a mí que escuche la música que escucha mi hijo mayor. Peor, como pedirme que me guste la música que escuchan mis hijos. – Dijo él, riendo y agarrándose la cabeza con las manos.
- Pero me acuerdo de la escena de ellos dos… recuerdo tu relato de la escena de ellos dos en el restaurante de él… Los dos solos, finalmente solos, arrastrados por el devenir de la noche hasta un sillón… Ella mirándolo en silencio mientras él le dice que en cuanto toquen el suelo, el suelo se los va a tragar, devolviéndolos a la realidad – las palabras salieron despacito, cada vez más despacito de la boca de ella, que de a poco había dejado de reír.
- Y ella lo mira y salta al suelo, justo a tiempo… justo antes que alguno de los dos cruce la línea que los separa… todas las líneas que los separan… – termino de decir ella, mientras los ojos le empezaban a brillar, nítidos, fijos en los ojos de él, que también se iba dando cuenta que ella finalmente entendió, ahí en ese preciso momento, lo que esa escena quería contar. Lo que él le había querido contar.
- ¿Entendes? ¿Ahora entendes? – Pregunto él, después de varios segundos de silencio.
- Nosotros no podemos vernos. No tenemos que vernos porque nuestras vidas son como las de los personajes de la película. – dijo él, atragantado con las ultimas silabas, tratando de apurar el final de la conversación, del encuentro.
Ella lo miraba en silencio. Ahora esto si se parecía a la escena de la película. Ella estaba mirándolo, hermosa. Hermosa como era ella para él. O sea, cuando estaba con ella la miraba y la miraba y no la encontraba tan atractiva. Hasta le parecía demasiado flaca. Pero cuando realmente entendía su belleza era cuando dejaba de verla y se pasaba las noches y los fines de semana pensando en ella, en sus manos, en su pelo, en su cuerpo joven que imaginaba desnudo bajo las ropas ajustadas.
-Además, vos realmente no te fijarías en alguien como yo. O sea, a veces creo que esto es solo una especie de estúpida paranoia mía. Un poco de típico histeriqueo alumno / profesor fuera de lugar – dijo él, empezando con la estrategia defensiva que tantas veces había ensayado para escapar de esa situación.
- A ver… ¿Por qué decís eso?... Vos que la tenes tan clara… - dijo ella, rompiendo su silencio, adelantándose en la silla.
- Porque vos sos hermosa… y te gustan los tipos lindos… pendejos lindos…- dijo él, mientras pensaba como mierda salía de esta…
- Claro… soy una pendeja superficial y pelotuda que solo se fija en la apariencia de la gente, de sus parejas – De vuelta enculada.
- No quise decir eso… es solo que las parejas que te conozco, al menos de la Facultad, son más bien “bonitos” – No había forma de arreglarla. Se dio cuenta al mismo tiempo que terminaba de pronunciar “bonitos”.
- ¡Y vos que mierda sabes de mis parejas!… ¿acaso me estuviste espiando?... ¿Estuviste preguntando por los pasillos de la Facultad? De donde carajo sacas esas  ideas de mí, de lo que soy… de lo que me gusta… de lo que quiero… - termino ella, bajando un poco el tono al final.
- ¿Eso es lo que pensas de mi? – las palabras salieron apenas de sus labios.
- Perdón… sabes que lo último que quisiera es lastimarte… - dijo él, mientras miraba como sus manos se empezaban a mover lentamente por sobre la mesa.
Intento detener el movimiento de sus manos. Pero ellas ya no le obedecieron y terminaron tocando las manos de ella. Y ella lo miro. En llamas, los ojos incendiarios.
- Perdón… perdón… - repitió ella, imitándolo.
- que pelotudo habías resultado ser… Así que una mina como yo no se puede fijar en un pelotudo como vos… - continúo ella, después de una breve pausa.
- Y si… ¿Cómo te podes realmente fijar en mi?... no hay posibilidades… dijo él, titubeando.
- Eso lo vamos a ver… dijo ella mientras se levantaba de la silla y agarraba la cartera.
- ¿Cómo?... – alcanzo a preguntar él, mientras algo dentro suyo se empezaba a dar cuenta que sí, que a lo mejor ella finalmente si podía fijarse en alguien como él. Pese a la diferencia de edad, pese a que se suponía que estaba mal. Pese a todo el universo de quilombos que se estaba empezando a despertar en ese mismo instante.
- Dale, veni… veni conmigo – dijo ella mientras le estiraba la mano y empezaba a sonreír, desvergonzada, feliz. Feliz de haberlo sorprendido, de haberse sorprendido. Y él se levanto y le tomo la mano y también se sintió feliz. Estúpido y feliz.
- Sera que me gusta meterme en quilombos – le dijo ella finalmente al oído mientras salían del bar. 

Sunday, September 22, 2013

Héroes... Super héroes

El primer super héroe que recuerdo es Astroboy. En realidad no se exactamente si se lo podría calificar de super héroe, pero el pequeño robot con cohetes en los pies y armas en el traste es uno de primeros recuerdos que tengo de dibujos y programas de televisión, en blanco y negro en este caso. Astroboy volaba y destruía a los robots malos con su increíble fuerza, pero en el fondo no dejaba de ser un niño, el niño al cual su creador trato de reemplazar, luego de perderlo en un accidente. Tragedia griega / japonesa para la hora de la siesta.
También tengo algunos recuerdos de Meteoro, el joven adolescente que conducía un hermoso auto blanco de carreras y mediante maniobras imposibles superaba a todos sus competidores para ganar una carrera tras otra. De ese dibujo me acuerdo particularmente de un artefacto peligroso consistente en unas puntas de metal que salían de las llantas de las ruedas de los autos de los malos, pero no mucho mas.
Después me hice adicto al Hombre Araña. El hermoso perdedor de Peter Parker picado por una araña mutante que desarrollaba poderes arácnidos y debía hacerse cargo de la responsabilidad de salvar al mundo, especialmente a Mary Jane Watson, de los villanos de turno, Dr Octopuss, el Duende Verde, etc. Como uno de los hijos dilectos de Stan Lee, y esto es algo que aprendí y entendí mucho pero mucho mas tarde, Peter Parker no podía, no debía, tener semejantes poderes y al mismo tiempo algo siquiera parecido a la felicidad. A lo sumo podía aspirar a la compañía de su tía por las noches, que lo esperaba con la sopa caliente, mientras el miraba como Mary Jane se iba de joda con algún tipo fachero sin tantas responsabilidades. "Poor Peter Parker" / "Pobre Peter Parker", como le han dicho los malos en la cara en mas de una oportunidad.
Durante un breve lapso, tuve algún coqueteo con los 4 Fantásticos. El tipo que se convertía permanentemente en un coloso de piedra a consecuencia de una tormenta de radiación espacial me generaba simpatía, pero el otro, el Hombre Elástico, medio que me parecía un nabo.
Después vinieron las películas de Superman, las de Christopher Reeve, y me enganche por un tiempo con el muchacho de la capa roja y el traje azul. Recuerdo particularmente las escenas iniciales de la primera película de la serie, con el personaje de Jor- El, el padre de Superman, protagonizado por un decadente Marlon Brando, despidiendo a su pequeño hijo, mientras su mundo colapsaba y desaparecía en medio de una explosión gigantesca. Así, Superman no dejaba de ser un naufrago, el ultimo de su especie, adoptado por un planeta tierra, cuyos habitantes no terminaban de entender muy bien si era realmente tan bueno como parecía ser o era en el fondo una amenaza latente. Eso si, nunca termine de entender como Lois Lane no lo reconocía cuando se ponía los anteojos chotos de Clark Kent. Y ademas, el tipo era demasiado bueno, "buenudo", con poderes que lo tornaban demasiado invencible, así que medio que aburría un poco y terminaron inventando la "Kryptonita" como para ponerle un poco de chispa a la cosa.
La Guerra de las Galaxias merece un capitulo aparte. Esas naves atacando la Estrella de la Muerte nunca, pero nunca, pero nunca se van a terminar de borrar de mi memoria. No tengo claro si Luke Skywalker era un super héroe hecho y derecho, pero el manejo de la "fuerza" y sus habilidades como piloto y Jedi me hacían querer imitarlo, aunque fuera peleando con palos a lo "sable laser". Después vinieron las otras películas de la saga y las complicaciones familiares y amorosas a lo culebrón mexicano terminaron de cagar una hermosa película de aventuras, situada en una galaxia lejana.
Robotech estaba buenísima, las naves que se transformaban en robots a lo Transformer eran espectaculares y la trama era interesante, pero Rick Hunter no era un super héroe, sino mas bien un piloto de avión con mucha suerte que no terminaba de resolver una historia de histeriqueo con la tarada de la cantante cuyo nombre, por suerte, no puedo recordar. Igual fueron muchas tardes de volver rápido del colegio, de las clases de gimnasia, para ver los capítulos de ese dibujo japones, que oh maravilla! transcurrían en el espacio, entre las estrellas, mientras nos comíamos medio pan francés untado con manteca.
Después, con el tiempo y la edad, es como que llego un momento en que me aleje un poco de los comics, las aventuras y los Super héroes. No estoy muy seguro de haber perdido contacto del todo, pero me doy cuenta que otros intereses fueron ocupando el lugar de privilegio de estos personajes, relegándolos a un segundo plano. Esta claro que salvo que uno sea un nerd confeso, amante de los mangas y los comics, capaz de recitar de memoria pasajes de la Guerra de las Galaxias o el Señor de los Anillos, cosa que sobre todo últimamente se ha vuelto "cool" en ciertos ámbitos, en general no esta bien visto, sobre todo por las minas, que un tipo medianamente normal mencione su predilección por el Hombre Araña o el Increíble Hulk.
Y fue así que durante muchos años reduje mi exposicion a los super heroes, alejandome de las historias de aventuras, de los héroes que me acompañaban de chico, de la ciencia ficción consumida en cantidades industriales durante la adolescencia, y me empece a dedicar a lecturas mas elevadas y complejas.
Hasta que volví a ver el Increible Hulk. La película de Ang Lee me hizo recordar la serie que veía de chico, protagonizada por Bill Bixby y Lou Ferrigno. Esa serie que había quedado oculta en algún recoveco de la memoria, relegada por vaya a saber que algoritmo de búsqueda. La serie donde al final de cada capitulo, el Dr Bruce Banner se retiraba caminando solo, buscando un nuevo destino adonde nadie podía acompañarlo. Un hermoso perdedor solitario.
La película me gusto, me gusto mucho. No tanto por el manejo de los cuadros superpuestos, simulando la estética del comic, sino por la historia que cuenta, por el personaje de Betty Ross, protagonizado por Jennifer Connelly, de quien estoy profundamente enamorado, por la furia y la fuerza inconmesurable / desmedida / exagerada de Hulk, quien aplasta aviones y tanques presa de una incorrección política poco frecuente en los super héroes americanos, y por sobre todo por la relación entre Bruce y su padre. Esa relación padre hijo totalmente desquiciada, alterada por las increíbles circunstancias. "Mi hijo es especial" dice el Dr Banner padre en un escena de flashback, poniendo en evidencia su conocimiento de los poderes latentes del pequeño, aun antes que ningún otro, incluido el propio Bruce, pudiera darse cuenta. Genial Nick Nolte. Genial la secuencia de escenas del final. Padre e hijo luchando, transformándose, absorviendose, golpeándose uno a otro. La energía / furia de Hulk creciendo imparable, inconmensurable, hasta la escena final de la bomba gamma y la imagen del padre despidiendo a su hijo, como cuando lo hacia dormir de niño. No puedo olvidar esa escena. Por suerte, no puedo olvidar esa escena. Y por suerte, volví a creer que si algún día, alguien o algo me hace enojar / enfurecer lo suficiente, puedo dejar salir al Hulk que secretamente llevo dentro, como para que rompa un poco todo lo que me viene jodiendo la vida.

Monday, September 16, 2013

Temor... la no memoria

Normalmente no solía pensar en cuales son las cosas a las que le tenía miedo. Debía ser en parte por falta de tiempo, la excusa que esgrimía aproximadamente el 90% de las veces cuando alguien o el mismo le / se reclamaba que no había hecho algo; debía ser en parte por alguna especie de mecanismo de autoprotección que intentaba evitar que piense en cosas tan preocupantes o al menos poco agradables. Como si no dedicarle tiempo a la interrogación de uno mismo pudiera de alguna forma evitar los miedos, que uno tuviera miedo o pudiera incluso mitigar las causas de dichos miedos / temores.
De alguna manera, los últimos días había logrado encontrar un tiempo para concentrarse en el tema de sus miedos, un beneficio inesperado del insomnio. Pensando, dialogando consigo mismo, mirando el techo en medio de la noche, llego a varias conclusiones interesantes. Se dio cuenta que a diferencia de lo que uno podía esperar, no le tenía miedo a la muerte. Aun el hecho de tener una familia a cargo y algunas responsabilidades, no lograba hacer que le tuviera miedo a la muerte. Esa no-vida que en su caso personal no se correspondía con túneles de luz, vida en el mas allá, cielo con nubes, purgatorio o algún otro tipo de paso a otro plano / realidad / mundo. Se lo imaginaba más bien como quedarse dormido. Oscuridad. Punto. No le preocupaba que su familia fuera a quedarse desvalida, sola, sin el padre de familia a cargo. Sabia, de alguna manera, que ellos se la iban a arreglar para continuar sin el. Incluso su hija chiquita iba a terminar encontrando alguna explicación a la muerte, su muerte, esa partida a un viaje interminable. Su mujer encontraría un compañero, o no. Eso tampoco importaba. El ya no iba a estar allí para verlo.
Lo que si lo atemorizaba era perder la memoria. Alzheimer. Ese tipo de enfermedad que lo pudiera degradar, erosionar, hacerlo dependiente. No recordar quien era, quienes lo rodeaban. El desvarío intermitente. La memoria yendo y viniendo caprichosamente. La conciencia de a ratos de estar hecho mierda, de a ratos no poder recordar / reconocer quien carajo es esa persona que esta a tu lado. 
Se dio cuenta que a veces pensaba, a un nivel casi inconsciente, que el deterioro ya había empezado. No podía recordar, por ejemplo, los nombres de sus compañeros de secundaria. En público explicaba que era porque él vivía lejos y no se habían mantenido en contacto. Cuando su hijo le había mostrado como tocaba en la flauta las canciones que la maestra de música le había enseñado, se dio cuenta que no podía recordar a sus propias maestras de música. En realidad era como que nunca hubiera tenido clases de música. Tomo conciencia que las partituras que su hijo leía con fluidez, para el eran inescrutables. Excepto por la clave de sol, a esa si podía reconocerla.

Y después recordó el día del nacimiento de su hijo. Después de haber acompañado toda la noche a su mujer hasta el momento que dio a luz, había salido de la sala de parto y mientras las enfermeras terminaban de limpiar y vestir por primera vez su hijo, el camino hasta el pasillo de la clínica y se quedo esperando. Concentrándose, enfocándose, pidiéndole desesperadamente a cada una de sus neuronas que por favor, por favor, por favor, grabaran en su memoria la cara de su hijo recién nacido y nunca, nunca, pero nunca, le permitieran olvidar ese momento. Los ojos de su hijo hermoso, ese pequeño duende, mirándolo por primera vez. Esa imagen que no quería olvidar, que quería retener para siempre en su interior, como presagiando, adivinando que un temor que todavía no había aflorado, se iba a presentar más tarde, tomando forma / existencia. La forma de la no memoria, la forma del no ser.

Sunday, September 1, 2013

Rodriguez, Serrat, etc

Acabo de leer un texto de Daniel Salzano titulado “Rodríguez”, dedicado a Silvio Rodríguez y su unicornio. Mientras estaba terminando de leerlo empecé a repasar mis propios recuerdos de la canción del Unicornio Azul que se le perdió a Silvio. No es una de mis preferidas, pero me resulta imposible  no recordarla. Incluso creo que a fuerza de repetición capaz que me la sepa entera. Es como tantas otras canciones que me trasladan irremediablemente a mi infancia. A ese momento en que mi madre o mi padre ponían un disco en el equipo de música y la casa se llenaba de canciones de Silvio Rodriguez, Mercedes Sosa o Joan Manuel Serrat.  Y entre tanta música y sueños de esperanza y belleza condensada en la las palabras que flotaban en el aire, nosotros jugábamos distraídos, pasábamos por esos instantes casi sin percatarnos que esas palabras se iban grabando en nosotros, entrando subrepticiamente por nuestros oídos, yendo a dormir en algún lugar de nuestras mentes y nuestros corazones. Y las canciones y las letras y las palabras, palabras mágicas como “Unicornio” o “Serpiente”, se fueron quedando ocultas, dormidas, susurrando dentro de nosotros, despertando a veces cuando caminando por la calle escuchábamos una de sus canciones. Y de pronto nos descubríamos tarareando una canción de unicornios o flotas cubanas de guerra o de una mujer con sombrero. Y la letra, sorpresivamente, nos seguía brotando de los labios como dictada por una voz interna que nos costaba reconocer, aun varias cuadras después de haber dejado de escuchar la música. Y la magia volvía por un ratito. Y con ella, volvía mi infancia, la cara de mi madre que bailaba recorriendo la casa cantando. Y yo volvía a ser chico. Como ahora, cuando termino de leer a Salzano y me doy cuenta que otra vez estoy tarareando la canción de Silvio y tengo 11 años y no entiendo muy bien porque el unicornio se fue dejándonos tanta tristeza.

Thursday, August 22, 2013

La lluvia

Música de los Rodriguez. Aproximadamente las dos de la mañana. Había estado lloviendo todo el día. Una de esas lluvias persistentes que lavan la cara gris de la ciudad. Lluvia constante, fría. Como un llanto del cielo oscuro.

Se acercó a la ventana y pensó en la lluvia y la música como referentes. Siempre tenían algo que ver con sus estados de  ánimo. Creía que a todo el mundo, en cierta forma le pasaba lo mismo. No creía que la lluvia pudiera determinar sus depresiones, solo sentía que las acompañaba, más parecida a un síntoma que a una causa de enfermedad.

Sabía que no se encontraba tan triste, inexplicablemente triste, por la lluvia o por la música. Era en parte debido a que él, en mayor o menor medida, siempre estaba triste. El era triste por definición. Por otro lado, ella había viajado y él se encontraba nuevamente solo. La extrañaba de noche y también de día, en días lluviosos que parecía que no iban terminar, al menos mientras él no pudiera volver a verla.

Ella había viajado y él se quedó rumiando sus ideas. Eran solo unos pocos días. Los suficientes para extrañarse un poco, hubiera dicho ella, tan práctica como de costumbre.
En cambio él se sentía como un preso que cuenta los días, las horas que faltan para salir, haciendo marcas en la pared. El no hacía marcas en la pared, le hubiera dado vergüenza, solo las imaginaba. No se desesperaba, solo luchaba contra la lluvia, la impaciencia y la angustia crecientes. Se sentía un adicto o algo así. Y esperaba. Esperaba que ella volviera y lo tocara, y le devolviera la vida o le sacara la tristeza. Y el tiempo pasaba. Segundo a segundo. 60 segundos eran un minuto, 60 minutos eran una hora y 24 horas eran un día. Así una y otra vez.

Y los días pasaron y cuando ya estaba a punto de comenzar a rayar las paredes en serio, ella volvió.

La vió y casi le confesó que la quería, que no podía decirlo pero que la quería, y que cuando ella lo abrazaba y lo miraba y lo acariciaba él sentía que ya no estaba triste. Quería decirle que, en otro momento, él le hubiera escrito una poesía o le hubiera regalado la única medalla que le quedaba de cuando era chico, la cual era muy importante por un motivo que él ya no podía recordar. Quería prometerle que iba a tratar de hablar siempre en serio, o casi siempre, para que ella no se enojara más. Explicarle como el tiempo no pasaba cuando ella no estaba, o mejor dicho pasaba demasiado rápido y parecía que uno hubiera envejecido un millón de años sin verla.  

Se quedó mirándola y empezó a llorar. Ella lo abrazó y lo besó, y él la besó, pero más tarde, como si estuviera medio dormido. Y ella le tomó la cara entre las manos y le empezó a secar las lágrimas. Y las lágrimas no paraban y parecía que iban a seguir y seguir.

El no decía nada y ella lo miraba y lo acariciaba despacito, como si se fuera a gastar. El no decía nada y no podía darse cuenta de que seguía llorando. Hasta que empezó a sentirse mejor, más tranquilo, más liviano. "Como un pan lactal" pensó, y la idea le dió gracia. Quiso reírse, pero se dió cuenta, ahora si, que estaba llorando y que ella lo miraba con esa cara de mamá  preocupada. Pensó si a lo mejor nunca se había dado cuenta que él, en realidad, nunca se daba cuenta de nada, y la idea ya no le dió gracia. Y mientras pensaba todo eso, seguía llorando, como en segundo plano, como si estuviera masticando o respirando. Y pensó si algún día podría parar y si algún día, tal vez hasta la tristeza se cansara de él y lo dejara.

Y ella también empezó a llorar, porque no podía entender lo que le pasaba, lo que él sentía cuando la miraba y comenzaba a llorar. Y lo abrazó, ahora con desesperación, como aferrándose a él. Fue dejándose llevar y fue cayendo de rodillas, como erosionada por el llanto.

Y de a poco, el dolor fue pasando y ella se quedó mirándolo desde abajo. Y de pronto, inesperadamente, él también dejó de llorar. Y supo, ahora sí, que la tristeza se había ido, al menos por un tiempo. Y mientras empezaba a llover de nuevo, la besó y sonrió y empezó a pensar que, a lo mejor, podía intentar levantar a su mujer del piso, para que dejara de mirarlo con esa cara de preocupación.