Thursday, August 22, 2013

2 hombres en la playa

Todavía podía recordar aquella mañana. No podía precisar hace cuanto había pasado. Ni podía explicar porque recordaba esa mañana en particular. Las imágenes venían a sus ojos como dibujadas en grafito, de a poco. Los dos hombres caminando acompasadamente por la playa. La arena blanda se hunde bajo sus pies. Uno lleva las manos en los bolsillos del pantalón. Lleva el pantalón arremangado y parece incómodo ante la situación, quizás nervioso.
El viento sopla débilmente y la arena desobediente y húmeda se niega a seguir sus designios. Los dos hombres hablan. No parece que estén conversando. Es una de esas charlas en las que cada uno dice lo que quiere sin escuchar al otro. 
Los hombres caminan; caminan y conversan bajo el sol. Se miran de vez en cuando. Se observan buscando un gesto, una seña. Un indicio más allá de las palabras.
Los hombres se conocen. Saben que no esperar del otro, que no están dispuestos a perdonar. Los dos saben que uno de ellos no miente, es transparente; no sabe ocultar sus pensamientos, sus miedos. Es vulnerable, aún después de tantos años. Es el más viejo de los dos.
Vino a este presente desde muy lejos, hace mucho, arrastrado por las circunstancias. Era muy chico cuando llegó. Tan chico como para dejarse llevar a través de un mar de promesas.

A lo largo de muchos años construyó una vida real en esta realidad. De a poco, con tropiezos, fue transformándose en alguien. Conoció a mucha gente. Gente de todo tipo: ladrones, locos, mujeres, niños, poetas, un músico, negros, blancos, histéricos, vagos. Conoció buenas personas y también hijos de puta; aunque la mayoría eran un poco mezcla de las dos cosas. No podía recordar sus caras, se borraban lentamente y el no podía retenerlas. Se asomaban a su memoria como saludándolo desde lejos, y sonreían. Formaban parte de él y a la vez no le pertenecían.

El hombre viejo hizo muchas cosas, buenas y malas. Básicamente buenas; era una cuestión de esencia. Como el cuento del escorpión y la rana. Era algo inherente a su naturaleza, como si no pudiera cagar a nadie, o al menos le costara más. Él no creía ser básicamente bueno, solo creía en su conciencia, creía en poder dormir tranquilo y en ser honesto. ¿Honestidad? No era algo fácilmente definible, al menos no para él. Le gustaba pensar que él era honesto.
Recorría el mundo con sus manos abiertas, como buscando algo. Como si fuera un sobreviviente de mejores tiempos. Y nunca se olvidó de donde había venido. Su hogar original. Un hogar desdibujado por el paso del tiempo. Hogar de casas blancas pintadas a la cal, donde las montañas oscuras bajaban desde el cielo hasta el mar. Un mar oscuro y brutal con barcos de pescadores flotando a lo lejos.
Recordaba los juegos, los chicos más grandes tirándose al mar desde las rocas. El viento salado y húmedo en la cara. El frontón de ladrillos desconchados. El ardor de las manos desnudas golpeando la pelota. Los inviernos crudos y demasiado fríos para haber sido reales. Los bailes. Las jarras de sidra que no le dejaban tomar. La siega durante las vacaciones en casa del abuelo. La nieve, blanca, intensamente blanca que lo cubría todo como decretando una tregua a tanto verde. Verde intenso, amarillo intenso. Colores intensificados en instantáneas. Cuadros.
Recordaba el agua fría y salada, la sensación de ahogarse mientras se le terminaban las fuerzas. La desesperación por volver a la orilla. Regresar a esas piedras. Regresar...
- Uno nunca debería volver. - Lo había dicho una vez. Bastó para saber que así debían ser las cosas. No debía volver. No debía buscar su infancia, los lugares de su infancia. Intuía que la realidad  puede destruir cualquier sueño, cualquier dimensión o aroma que uno pudiera recordar.

El hombre más joven camina nervioso por la playa. No le gusta la arena, la sensación de la arena entre los dedos de los pies. Quisiera estar muy lejos. En otro lugar. Un lugar más reconocible. Sentir esa sensación de control sobre las cosas que lo tranquiliza. Control sobre los demás. Esa efímera sensación de poder.
Es un bicho de ciudad, según él mismo, pero sus nervios tienen más que ver con la situación y la posibilidad de alguna pregunta incomoda que con el paisaje.



A la distancia, la imagen vuelve, recurrente, una y otra vez, como esos sueños en los que uno se despierta a medias. A través de los borrones de la imagen, él se reconoce, en ese momento, ese lugar; él estuvo ahí, en esa playa. No puede terminar de darse cuenta cual de los 2 hombres era él.

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