Thursday, August 22, 2013

La lluvia

Música de los Rodriguez. Aproximadamente las dos de la mañana. Había estado lloviendo todo el día. Una de esas lluvias persistentes que lavan la cara gris de la ciudad. Lluvia constante, fría. Como un llanto del cielo oscuro.

Se acercó a la ventana y pensó en la lluvia y la música como referentes. Siempre tenían algo que ver con sus estados de  ánimo. Creía que a todo el mundo, en cierta forma le pasaba lo mismo. No creía que la lluvia pudiera determinar sus depresiones, solo sentía que las acompañaba, más parecida a un síntoma que a una causa de enfermedad.

Sabía que no se encontraba tan triste, inexplicablemente triste, por la lluvia o por la música. Era en parte debido a que él, en mayor o menor medida, siempre estaba triste. El era triste por definición. Por otro lado, ella había viajado y él se encontraba nuevamente solo. La extrañaba de noche y también de día, en días lluviosos que parecía que no iban terminar, al menos mientras él no pudiera volver a verla.

Ella había viajado y él se quedó rumiando sus ideas. Eran solo unos pocos días. Los suficientes para extrañarse un poco, hubiera dicho ella, tan práctica como de costumbre.
En cambio él se sentía como un preso que cuenta los días, las horas que faltan para salir, haciendo marcas en la pared. El no hacía marcas en la pared, le hubiera dado vergüenza, solo las imaginaba. No se desesperaba, solo luchaba contra la lluvia, la impaciencia y la angustia crecientes. Se sentía un adicto o algo así. Y esperaba. Esperaba que ella volviera y lo tocara, y le devolviera la vida o le sacara la tristeza. Y el tiempo pasaba. Segundo a segundo. 60 segundos eran un minuto, 60 minutos eran una hora y 24 horas eran un día. Así una y otra vez.

Y los días pasaron y cuando ya estaba a punto de comenzar a rayar las paredes en serio, ella volvió.

La vió y casi le confesó que la quería, que no podía decirlo pero que la quería, y que cuando ella lo abrazaba y lo miraba y lo acariciaba él sentía que ya no estaba triste. Quería decirle que, en otro momento, él le hubiera escrito una poesía o le hubiera regalado la única medalla que le quedaba de cuando era chico, la cual era muy importante por un motivo que él ya no podía recordar. Quería prometerle que iba a tratar de hablar siempre en serio, o casi siempre, para que ella no se enojara más. Explicarle como el tiempo no pasaba cuando ella no estaba, o mejor dicho pasaba demasiado rápido y parecía que uno hubiera envejecido un millón de años sin verla.  

Se quedó mirándola y empezó a llorar. Ella lo abrazó y lo besó, y él la besó, pero más tarde, como si estuviera medio dormido. Y ella le tomó la cara entre las manos y le empezó a secar las lágrimas. Y las lágrimas no paraban y parecía que iban a seguir y seguir.

El no decía nada y ella lo miraba y lo acariciaba despacito, como si se fuera a gastar. El no decía nada y no podía darse cuenta de que seguía llorando. Hasta que empezó a sentirse mejor, más tranquilo, más liviano. "Como un pan lactal" pensó, y la idea le dió gracia. Quiso reírse, pero se dió cuenta, ahora si, que estaba llorando y que ella lo miraba con esa cara de mamá  preocupada. Pensó si a lo mejor nunca se había dado cuenta que él, en realidad, nunca se daba cuenta de nada, y la idea ya no le dió gracia. Y mientras pensaba todo eso, seguía llorando, como en segundo plano, como si estuviera masticando o respirando. Y pensó si algún día podría parar y si algún día, tal vez hasta la tristeza se cansara de él y lo dejara.

Y ella también empezó a llorar, porque no podía entender lo que le pasaba, lo que él sentía cuando la miraba y comenzaba a llorar. Y lo abrazó, ahora con desesperación, como aferrándose a él. Fue dejándose llevar y fue cayendo de rodillas, como erosionada por el llanto.

Y de a poco, el dolor fue pasando y ella se quedó mirándolo desde abajo. Y de pronto, inesperadamente, él también dejó de llorar. Y supo, ahora sí, que la tristeza se había ido, al menos por un tiempo. Y mientras empezaba a llover de nuevo, la besó y sonrió y empezó a pensar que, a lo mejor, podía intentar levantar a su mujer del piso, para que dejara de mirarlo con esa cara de preocupación.

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