Estoy parado frente a los Girasoles. Solamente un metro me
separa del cuadro. Si levantara el brazo podría tocar la tela. Muy cerca. A través de las lágrimas que empiezan a nublarme
la vista alcanzo a distinguir los trazos, el óleo empastado siguiendo las líneas
que el pincel dibujó sobre la tela. La pequeña placa al costado del cuadro dice
algo así: “…los colores amarillos eran colores alegres para Van Gogh, el cuadro
expresa un estado de ánimo alegre por la inminente visita de su amigo Gauguin…”.
Sigo las líneas con la vista, los trazos individuales sobre
la tela… Me alejo lentamente… Dicen los que saben que a los cuadros hay que
mirarlos desde cierta distancia, que de esa forma se puede entender /
contemplar el todo. Gradualmente, los trazos comienzan a fundirse en las flores
que tantas veces contemplamos en libros de reproducciones. Empezamos a entender
lo que el pintor trata de decirnos a través de la compleja superposición de
trazos, las capas de colores, las distintas texturas. La atención se va desplazando
de la contemplación de la técnica y los detalles individuales a un lugar
indefinido dentro del pecho donde las flores, la visita de un amigo, evocan
sensaciones muy lejanas en el tiempo.
Es como con la escritura. Una palabra sola puede llamarnos
la atención por su sonido, la cacofonía especial que surge de una determinada
combinación de letras. Podemos buscar su significado en nuestra memoria. Por
ejemplo, la palabra “Girasoles”… combinación de una acción con el sol / astro
rey… imagen de una flor amarilla… Un día soleado… Le agregamos más palabras: “Estoy
parado frente a los Girasoles”… más oraciones… párrafos… una carilla entera de
palabras contándonos una historia… un hombre frente a un cuadro.
Las palabras… los trazos… las oraciones… cada una de las
flores termina fundida en una sola imagen, una historia. Al final solo nos
queda una mezcla de sensaciones dando vueltas en el pecho.