Esa noche hacia frío, mucho frío. Creo que termino siendo la
noche más fría del año. A nosotros se nos ocurrió jugar el clásico partido de
los jueves en una cancha que quedaba lejos, bien lejos, pasando la circunvalación,
como saliendo para Río Cuarto.
Llegar a la cancha desde la oficina me termino llevando casi
una hora. Cuando baje del auto para abrir el baúl y sacar el bolso me di cuenta
del frío. No era un frío polar de película, de esos que te congelan la punta de
la nariz, o las orejas. Era un frío de vaporcito saliendo de la boca, mucha
humedad, se podía ver el rocío cubriendo el pasto de la cancha.
No había vestuario o algo parecido que estuviera abierto en
las precarias instalaciones que se veían al fondo. A cambiarse al auto. Un poco
más de frío subiendo por las piernas mientras me sacaba el pantalón y me ponía
el short de fútbol. Me puse una camiseta azul y roja de mangas largas de algodón
y un polar azul encima. Medias blancas y los botines, medio baqueteados por
varios años de picados semanales. Algo así como una lejana estampa de
futbolista. El típico oficinista que de vez en cuando siente que puede pararse
frente a un tiro libre con las manos en la cintura, mirando al arco y a la
pelota como si realmente pudiera pegarle y ponerla donde quiere. Cuestión de
actitud.
Similares atuendos y actitudes se repetían a medida que los vagos
bajaban de los autos y se acercaban caminando lentamente. Caras de “¿cómo
mierda se nos ocurrió venir a jugar hoy acá?”. Intercambiamos saludos mientras amontonábamos
los bolsos a un costado de la cancha. De poco nos fuimos metiendo en la cancha y empezamos a trotar en grupos de
2 o 3.
Importante precalentar adecuadamente, sobre todo en mi caso
que hacía varios meses que no jugaba al fútbol más que en la Playstation de mi
hijo. Algo así como mi regreso a las canchas. Dimos 2 o 3 vueltas a la cancha bajo el garrotillo que empezaba a caer
despiadado sobre nuestras cabezas. Elongar, estirar bien los músculos de las
piernas, tratando de evitar el tirón traicionero al tratar de llegar a una
pelota dividida o al pegarle furiosamente al arco. El recuerdo en el cuerpo de
tantos entrenamientos cuando pendejo, corriendo en noches como esta, mojándote al
caer al piso, golpeándote y sintiendo el cansancio en cada respiración.
Unos piques finales y a pegarle un poco a la pelota. El Seba
me la paso despacito, rastrona y le pegue por primera vez en mucho tiempo. La
pelota voló hacia el arco vacío y termino dormida en la red. Buen comienzo. No
me desgarre en ese primer contacto. El Santi busco la pelota dentro del arco y después
de pegarle un puntazo dijo: está muy liviana, parece un globito… Algunos
asintieron con la cabeza. A mi se me escapo una sonrisa. Nunca pude darme
cuenta cuando la pelota estaba adecuadamente inflada.
Empezamos a acercarnos al círculo central, que en este caso
era imaginario porque las marcas de cal, si es que alguna vez las hubo, ya no
estaban allí.
- - ¿Cómo jugamos? – pregunto Emiliano.
- - Norte
contra Sur, como siempre – respondimos varios.
- - Y… si se la bancan… – dijo el Seba, empezando a
cagarse de risa.
Y es que era para cagarse de risa. Los del edificio Norte éramos
más viejos y más chotos. Secretamente creíamos que podíamos dar el batacazo,
pero generalmente terminábamos perdiendo ante el buen juego del Seba y los demás
pendejos del edificio Sur. El Seba era lo más parecido a un jugador profesional
que teníamos en la empresa. La leyenda
contaba que el mismo se había comprado el pase en la época que jugaba en el
equipo de la Universidad, en Buenos Aires.
Nos repartimos 11 para cada lado. Norte y Sur. Buscando la posición
más adecuada para cada uno y su estilo de juego. Acordando con los compañeros
como y donde íbamos a jugar cada uno. Yo me pare de lateral izquierdo. En otro
momento me hubiera parado en la mitad de cancha, tirado a la derecha como un 8
de los de antes. Pero preferí jugar abajo, como para tratar de disimular mi falta de estado y evitar tantos estragos en el
rendimiento general del equipo. Y es que ya con el precalentamiento me había dado
cuenta que iba a ser prácticamente imposible completar decorosamente la hora entera
de partido.
Empezó el partido. Movieron ellos. A mí me toco marcarlo a
Emiliano. El petiso corría como un animal. A los 5 minutos, en la primera pelota
que le tiraron a mi punta, se la alcance a tocar de pedo, mandándola al corner,
justo cuando ya se me iba solito. Esa primera corrida bajo la noche fría me
dejo completamente sin aire. Era como que con el vaporcito que me salía de la
boca se me iba yendo no solo el aire sino también la vida.
Despejamos el corner y la reventamos para arriba. A correr a
mitad de cancha. Matías y un amigo que había invitado para que pudiéramos completar
los 11 la empezaron a llevar para el arco de ellos. Iban tocando y triangulando
hasta que chocaron de frente con los marcadores centrales.
El partido siguió parejo, raro. Inexplicablemente no nos
pudieron hacer un gol hasta pasada la media hora. Creo que fue el Seba de
cabeza el que abrió el marcador.
Seguimos aguantando. Seguí aguantando en mi porción de la
cancha, viendo como el partido se desarrollaba lejos, mayormente en mitad de
cancha. Hasta que en una jugada Matías y su amigo volvieron a intentar una
pared frente a los defensores del Sur y esta vez la pelota si paso limpia en el
último pase y Matías la clavo solo frente al arquero. Breve festejo con escasos abrazos y a aguantar otra vez.
Mientras volvíamos para nuestro lado de la cancha nos
miramos entre todos. A esas alturas, para nosotros, en esa noche helada, un
empate era como ganar el mundial.
Seguimos aguantando. El equipo entero marcando y mordiendo,
tratando de anticipar en cada jugada, porque cuando estas tan falto de fútbol, si
te pasan ya no hay recuperación posible. Los 11 aguantando como equipo y yo
tratando, de mi lado de la cancha, que no se me escapara Emiliano y que no me
diera un bobazo.
Y cuando ya faltaban solo 10 minutos, hicimos otro gol. Creo
que fue de cabeza. No puedo recordar exactamente quien hizo el gol. Debió haber
sido por el cansancio ya insoportable a esas alturas o a lo mejor por la falta
de oxigeno.
Y terminamos aguantando el 2 a 1, cagados de frío, y cuando
el encargado de la cancha vino a decirnos que se termino, que se había cumplido
la hora, nos miramos y festejamos. Festejamos de golpe, a los gritos, como si hubiéramos ganado
un campeonato. Festejamos porque habíamos ganado uno de esos partidos que si lo volvíamos a jugar 50 veces lo perdíamos las 50.
Festejamos mirándonos cómplices, porque cuando uno esta tan hecho mierda, tan
alejado del fútbol, sabe lo que vale aguantar un partido entero contra
pendejos a los que les llevas 15 años de edad. Festejamos porque sabíamos que los
íbamos a gozar por lo menos hasta fin de año. Y no les íbamos a dar revancha. Iba a ser el ultimo. Y festejamos porque en esa noche
fría y húmeda, íbamos a volver a casa y le íbamos a poder contar a nuestras familias como fue que ganamos el partido contra los del Sur, aguantando hasta el final.
No comments:
Post a Comment