Sunday, November 24, 2013

El ultimo partido del Norte contra el Sur

Esa noche hacia frío, mucho frío. Creo que termino siendo la noche más fría del año. A nosotros se nos ocurrió jugar el clásico partido de los jueves en una cancha que quedaba lejos, bien lejos, pasando la circunvalación, como saliendo para Río Cuarto.

Llegar a la cancha desde la oficina me termino llevando casi una hora. Cuando baje del auto para abrir el baúl y sacar el bolso me di cuenta del frío. No era un frío polar de película, de esos que te congelan la punta de la nariz, o las orejas. Era un frío de vaporcito saliendo de la boca, mucha humedad, se podía ver el rocío cubriendo el pasto de la cancha.

No había vestuario o algo parecido que estuviera abierto en las precarias instalaciones que se veían al fondo. A cambiarse al auto. Un poco más de frío subiendo por las piernas mientras me sacaba el pantalón y me ponía el short de fútbol. Me puse una camiseta azul y roja de mangas largas de algodón y un polar azul encima. Medias blancas y los botines, medio baqueteados por varios años de picados semanales. Algo así como una lejana estampa de futbolista. El típico oficinista que de vez en cuando siente que puede pararse frente a un tiro libre con las manos en la cintura, mirando al arco y a la pelota como si realmente pudiera pegarle y ponerla donde quiere. Cuestión de actitud.

Similares atuendos y actitudes se repetían a medida que los vagos bajaban de los autos y se acercaban caminando lentamente. Caras de “¿cómo mierda se nos ocurrió venir a jugar hoy acá?”. Intercambiamos saludos mientras amontonábamos los bolsos a un costado de la cancha. De poco nos fuimos metiendo  en la cancha y empezamos a trotar en grupos de 2 o 3.

Importante precalentar adecuadamente, sobre todo en mi caso que hacía varios meses que no jugaba al fútbol más que en la Playstation de mi hijo. Algo así como mi regreso a las canchas. Dimos 2 o 3 vueltas a la cancha bajo el garrotillo que empezaba a caer despiadado sobre nuestras cabezas. Elongar, estirar bien los músculos de las piernas, tratando de evitar el tirón traicionero al tratar de llegar a una pelota dividida o al pegarle furiosamente al arco. El recuerdo en el cuerpo de tantos entrenamientos cuando pendejo, corriendo en noches como esta, mojándote al caer al piso, golpeándote y sintiendo el cansancio en cada respiración.

Unos piques finales y a pegarle un poco a la pelota. El Seba me la paso despacito, rastrona y le pegue por primera vez en mucho tiempo. La pelota voló hacia el arco vacío y termino dormida en la red. Buen comienzo. No me desgarre en ese primer contacto. El Santi busco la pelota dentro del arco y después de pegarle un puntazo dijo: está muy liviana, parece un globito… Algunos asintieron con la cabeza. A mi se me escapo una sonrisa. Nunca pude darme cuenta cuando la pelota estaba adecuadamente inflada.

Empezamos a acercarnos al círculo central, que en este caso era imaginario porque las marcas de cal, si es que alguna vez las hubo, ya no estaban allí.
-      - ¿Cómo jugamos? – pregunto Emiliano.
-      - Norte  contra Sur, como siempre – respondimos varios.
-      - Y… si se la bancan… – dijo el Seba, empezando a cagarse de risa.

Y es que era para cagarse de risa. Los del edificio Norte éramos más viejos y más chotos. Secretamente creíamos que podíamos dar el batacazo, pero generalmente terminábamos perdiendo ante el buen juego del Seba y los demás pendejos del edificio Sur. El Seba era lo más parecido a un jugador profesional que teníamos en la empresa. La leyenda contaba que el mismo se había comprado el pase en la época que jugaba en el equipo de la Universidad, en Buenos Aires.

Nos repartimos 11 para cada lado. Norte y Sur. Buscando la posición más adecuada para cada uno y su estilo de juego. Acordando con los compañeros como y donde íbamos a jugar cada uno. Yo me pare de lateral izquierdo. En otro momento me hubiera parado en la mitad de cancha, tirado a la derecha como un 8 de los de antes. Pero preferí jugar abajo, como para tratar de disimular mi  falta de estado y evitar tantos estragos en el rendimiento general del equipo. Y es que ya con el precalentamiento me había dado cuenta que iba a ser prácticamente imposible completar decorosamente la hora entera de partido.

Empezó el partido. Movieron ellos. A mí me toco marcarlo a Emiliano. El petiso corría como un animal. A los 5 minutos, en la primera pelota que le tiraron a mi punta, se la alcance a tocar de pedo, mandándola al corner, justo cuando ya se me iba solito. Esa primera corrida bajo la noche fría me dejo completamente sin aire. Era como que con el vaporcito que me salía de la boca se me iba yendo no solo el aire sino también la vida.

Despejamos el corner y la reventamos para arriba. A correr a mitad de cancha. Matías y un amigo que había invitado para que pudiéramos completar los 11 la empezaron a llevar para el arco de ellos. Iban tocando y triangulando hasta que chocaron de frente con los marcadores centrales.

El partido siguió parejo, raro. Inexplicablemente no nos pudieron hacer un gol hasta pasada la media hora. Creo que fue el Seba de cabeza el que abrió el marcador.

Seguimos aguantando. Seguí aguantando en mi porción de la cancha, viendo como el partido se desarrollaba lejos, mayormente en mitad de cancha. Hasta que en una jugada Matías y su amigo volvieron a intentar una pared frente a los defensores del Sur y esta vez la pelota si paso limpia en el último pase y Matías la clavo solo frente al arquero. Breve festejo  con escasos abrazos y a aguantar otra vez.

Mientras volvíamos para nuestro lado de la cancha nos miramos entre todos. A esas alturas, para nosotros, en esa noche helada, un empate era como ganar el mundial.

Seguimos aguantando. El equipo entero marcando y mordiendo, tratando de anticipar en cada jugada, porque cuando estas tan falto de fútbol, si te pasan ya no hay recuperación posible. Los 11 aguantando como equipo y yo tratando, de mi lado de la cancha, que no se me escapara Emiliano y que no me diera un bobazo.

Y cuando ya faltaban solo 10 minutos, hicimos otro gol. Creo que fue de cabeza. No puedo recordar exactamente quien hizo el gol. Debió haber sido por el cansancio ya insoportable a esas alturas o a lo mejor por la falta de oxigeno.

Y terminamos aguantando el 2 a 1, cagados de frío, y cuando el encargado de la cancha vino a decirnos que se termino, que se había cumplido la hora, nos miramos y festejamos. Festejamos de golpe, a los gritos, como si hubiéramos ganado un campeonato. Festejamos porque habíamos ganado uno de esos partidos que si lo volvíamos a jugar 50 veces lo perdíamos las 50. Festejamos mirándonos cómplices, porque cuando uno esta tan hecho mierda, tan alejado del fútbol, sabe lo que vale aguantar un partido entero contra pendejos a los que les llevas 15 años de edad. Festejamos porque sabíamos que los íbamos a gozar por lo menos hasta fin de año. Y no les íbamos a dar revancha. Iba a ser el ultimo. Y festejamos porque en esa noche fría y húmeda, íbamos a volver a casa y le íbamos a poder contar a nuestras familias como fue que ganamos el partido contra los del Sur, aguantando hasta el final.

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