Saturday, November 30, 2013

El año de la serpiente...

No se puede saber de antemano como va a terminar esta historia. O cualquier otra historia. O si, tal vez si. A lo mejor se puede predecir un poquito el futuro. Como las predicciones de un vidente, como la predicción diaria de los horóscopos, como las predicciones anuales del horóscopo chino. Ese horóscopo chino que predijo que este año que se esta yendo, el “año de la serpiente”, iba a ser para nosotros los chanchos, un año de mierda. Año de apretar los cantos, culito contra la pared. Manejo conservador de la plata. Oportunidades en el amor.

Viéndolo en perspectiva no fue tan distinto a cualquier otro año. Un comienzo un poco accidentado con unas vacaciones que tuvieron una cuota de aventura mayor a la esperada. El hombre y su pequeño vehículo a merced de la naturaleza. O como un derrumbe en la cordillera, en el paso de Mendoza hacia Chile, te termina haciendo conocer la provincia de San Juan. Esta bueno, no conocíamos San Juan. Pasamos cerca, bien cerca de las polémicas minas de oro. Evidente influencia de las mineras en la vida de todos los pueblos que íbamos recorriendo en nuestro paso hacia la cordillera, las cumbres nevadas y el paso de Aguas Negras. Desde los cartelitos en los comedores y proveedurías anunciando que trabajan con algún tipo de cuenta corriente para el personal de las mineras hasta una especie de centro de participación comunal construido y donado por las empresas, en un cruce de rutas en medio de la nada. Camionetas nuevas, inmensas, blancas, con sirenas y luces en el techo. Los guías de convoy que van abriendo el camino. Convoys de gigantescos camiones que llevan y traen cosas desde y hacia las minas, allá arriba en las montañas que rodean el valle. Esas montañas nevadas que parecían decirnos “por aquí tampoco pasaran”. Y no pasamos. Al menos no al primer intento. De alguna manera estúpida, inexplicable, en algún punto entre la aduana argentina y la aduana chilena perdimos uno de los documentos de identidad y no pudimos ingresar a Chile. Llanto, furia, impotencia, desesperación. Vuelve atrás 3 casillas. 

Regresar por donde vinimos. La cordillera, el camino de tierra, el paso a 3800 metros de altura, la inmensidad de las cumbres que nos siguen mirando desandar el camino despacito, tristes, apunados. El rescate inesperado de un motociclista en apuros en medio la travesía, con el aire livianito a nuestro alrededor. Recorrer lento los caracoles de la cuesta de Sarmiento sin mirar para abajo. Empezar a bajar. Regreso al pueblo de Las Flores, atravesando los restos de aludes que había ido dejando sobre la ruta la tormenta que se había desatado después de nuestra partida esa mañana. Buscar un lugar para dormir. Comida caliente. Dormir.

Otro día. La luz del sol iluminando los restos de la tormenta. Inundaciones que dejan ramas y palos desparramados a nuestro alrededor. Hacia 25 años que no había tormentas e inundaciones semejantes en la región. Acequias destruidas. Caminos tapados por los aludes. Maldita serpiente.

¿Nos volvemos o seguimos intentando? Miro a mi hijo. Le prometí llevarlo de vacaciones a Chile. Conseguimos que nos envíen otro documento de identidad. Mientras esperamos que llegue, seguimos paseando un poco por la zona mientras la gente del lugar nos sigue contando, detallando, los desastres que la tormenta dejo.

Segundo intento de cruce a Chile. Los empleados de la aduana nos miran desconcertados. ¿Van a volver a cruzar? Nos miramos y nos reímos. Ellos también se ríen. Subimos a nuestro pequeño vehículo rojo y nos despedimos a bordo de ese pedacito de hogar rodante que encara invencible hacia las montañas desafiantes.

Los Andes. La cordillera otra vez. La belleza violenta de esas montanas inmensas. El caminito serpenteando, primero hacia arriba, arriba, mas arriba. Después bajando empinado hasta el fondo de los valles marcados por cauces de agua de deshielo. Le digo a mi hijo: “por acá paso San Martin”. Bueno, no exactamente por acá, pero no importa. Imaginate cruzar estas montañas a lomo de mula.

A las 3 horas y media llegamos a la aduana chilena. Más caras de sorpresa de algunos empleados que nos reconocen. La familia que perdió los documentos. Un empleado de aduanas parado en la entrada sostiene en la mano los documentos que perdimos. Los habían encontrado ese mismo día, tirados a pocos metros del lugar. ¿Una especie de señal?

Atravesamos la frontera. Seguimos bajando por la ruta prolija, hermosa. Vamos buscando el mar. Los abrazos de los amigos que nos esperan. Una cerveza fría. Varias cervezas frías. Llegamos a un primer pueblo, precedido por viñedos que bordean la ruta y se extienden hasta la punta de los cerros. Lo atravesamos lentamente. Seguimos bajando. Viñedos. Más viñedos. Recorremos el Valle del Elqui. Bordeamos un lago y un dique gigantescos. Seguimos bajando hacia el mar. Vamos llegando al mar. Los carteles prolijos nos van guiando. Empezamos a intercambiar mensajes de texto con los que nos están esperando en la playa. Nos vamos acercando. La cerveza esta más cerca. Más cerca. Llegamos. Llegamos.  Caras sonrientes. Abrazos. Más abrazos. Una mala noticia. Se cancelo nuestra reserva porque tardábamos en llegar. Caras largas. Primera cerveza. La serpiente hija de puta otra vez, recordándonos que este es su año.

Luego de unos minutos de zozobra y varias cervezas, otra señal. Otra familia cancelo su reserva. Conseguimos la cabaña. Tenemos donde dormir. Nos empezamos a relajar. Empezamos a notar la belleza del lugar. La bahía de La Herradura iluminada por las luces de Coquimbo se despliega frente nuestro. Algunos veleros y barquitos surcan lentamente la superficie del mar. Más cerveza.

Nos vamos a dormir contentos. Sigo cumpliendo mi promesa. Mi hijo va a jugar en la playa mañana. Aunque sea por un rato, burlamos a la serpiente.


2 comments:

  1. Adoro este relato, pone de manifiesto la extraordinaria forma de ver la realidad, Grande Pablin!!!!

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