El abuelo
de Marcos se llamaba Ángel. La abuela de Marcos, en realidad cualquiera que hubiera
conocido un poco al abuelo, hubiera dicho que era una locura que se pudiera
llamar Ángel un tipo que desde su más tierna edad siempre fue una especie de
demonio. Y es que el abuelo siempre fue una persona de esas difíciles de tratar.
Un personaje exuberante, loco, desbordado por un montón de diablos que tenía
adentro. Un hombre grandote con un montón de diablos que se habían ido escondiendo,
ocultos / no tan ocultos en fragmentos / recuerdos de cosas que le habían pasado
y que había hecho a lo largo de toda una vida. Diablos que a menudo estallaban
incontenibles, arrasándolo todo a su alrededor.
A lo mejor había
sido el hecho de criarse guacho. El haber sido separado muy pronto de su madre.
La vida dura en el pueblo y el campo, allá lejos en Europa. El hambre que los
acorralaba robándoles el sueño a los niños, las esperanzas a los padres. Los
castigos de los abuelos que no eran abuelos. El hambre. El hambre. El hambre…
Y después, un
periodo oscuro. Alguien, creía que la abuela, alguna vez le hablo de como el
abuelo, siendo adolescente se escapo de la casa, de la vida dura, eligiendo su
propia vida, mas dura aun. Y como se fue por los caminos de un país que
empezaba a estallar para buscar algo que no sabia que era.
Y después de
varios años, la guerra. Guerra contra hermanos, tipos que hablaban su mismo
idioma. La guerra como una forma estúpida de encontrar eso que seguía buscando.
Un montón de anécdotas. Un montón de diablos más. Extrañamente, el abuelo Ángel,
que nunca hablaba de su infancia y su adolescencia, si hablaba de la guerra. De
la muerte. Los amigos que fueron muriendo. Desapasionadamente, y esto si era extraño
en el, relataba como su amigo Mario se desangro a su lado en una noche fría de
Noviembre y como el solo se quedo callado, quieto, mientras a su amigo la
mirada se le iba perdiendo en la oscuridad. Y contaba como mato a un hombre, como le
disparo con su fusil, hiriéndolo de muerte. Y explicaba como eso no tenia nada
de heroico, ni de dramático, como su vida no cambio a partir de ese momento. Era
solo un episodio más de una crónica distante.
Y después de
la guerra, la derrota. Un campo de concentración. Un pedazo de terreno en medio
de la nada, alambres de púa, algunas carpas y gente desparramada aquí y allá,
olor a mierda en el aire. Robarle la comida a los más débiles. Golpear, pelear
en el barro. Barro y mierda. Más diablos. Alguien, el mismo, haciéndose pasar
por loco para zafar. Zafar. Alguien abrió la jaula y el y los diablos salieron corriendo.
Y después el
viaje. Cruzando el mar hasta un lugar que quedaba muy lejos. Nunca entendió muy
bien como carajo vino a terminar acá. Tan al sur. Tan lejos de todo.
Y los
trabajos, trabajos de mierda. Y los viajes recorriendo su nuevo país. Y después
el pueblo. Y el taller. El taller que Marcos recordaba de memoria, de
cuando todavía se podía pasar los veranos en compañía del abuelo. El taller del
pueblo donde se arreglaban los autos, los camiones y los tractores con 2 o 3
herramientas, porque todo se podía reparar con 2 o 3 herramientas. Le dabas a
un hombre un martillo, una pinza y un destornillador y podía cambiar el mundo,
o al menos tratar de arreglarlo.
Y después conoció
a la Abuela. Esa mujer de campo que se le acerco. Esa mujer que lo tomo de las
manos y sintió los diablos corriendo dentro de él. Esa mujer que se sometió, en
todos los sentidos, a la locura, a los diablos, al amor de ese hombre loco que
lo quemaba todo a su alrededor, desgarrando, golpeando, gritando noches
enteras.
Y tuvieron
2 hijos. Y los criaron. A la manera de ellos. El con locura, amor y dolor en
partes iguales. Ella tranquila, como buscando compensar tanta intensidad
arrasadora. Aguantando, aguantando a que los chicos crecieran. Hasta que decidió
que ya había sido suficiente y que todavía podía vivir un tiempo más con lo
poco que el fuego le había dejado y se fue. Y los dejo a los 3.
Y la mama
de Marcos, que era la hija más chica, termino el secundario y se fue a estudiar
a la ciudad y dejo detrás a su padre Ángel, y al fuego y a los diablos. Y el
abuelo, solo otra vez, empezó a tratar de sacar a los diablos. Y empezó a
escribir. Con manos de mecánico, manos de taller. Y los diablos asomaban la cabeza
entre las palabras que los lápices escribían sobre el papel. Y cuando alguien leía
las palabras, las poesías desaforadas, los diablos le soplaban fuego y cenizas
en los ojos y todos terminaban llorando, apretándose el corazón con las 2
manos.
Y cuando
las palabras no fueron suficientes, Ángel empezó a dibujar y a pintar, con las
manos de mecánico. En papeles blancos, en las paredes, en telas. Con colores
vivos, con blanco y negro, con su sangre. Y los diablos asomaban, ahora de
cuerpo entero, por entre las plantas de las selvas que él iba pintando. Selvas
llenas de animales imposibles, animales salvajes, hombres locos y los diablos.
Y cuando alguien miraba las pinturas, los dibujos, los diablos lo quemaban un
poco con sus ojos rojos y todos se alejaban gritando, agarrándose la cabeza con
las 2 manos.
Y despues, cuando tambien la pintura no fue suficiente, el abuelo demonio incansable aprendió a tocar la guitarra. Aprendió
solo y empezó a cantar a los gritos. Y las canciones que cantaba, eran
canciones que todos conocían, pero que cuando el las cantaba eran distintas. Aunque
el repetía las letras que había aprendido de tanto escucharlas, las palabras salían
cambiadas, cambiadas por los diablos que gritaban, aullaban en la voz de Ángel.
Y los que lo escuchaban cantar / gritar en medio de la noche, en medio de la
siesta, quedaban como tontos tomándose los oídos, incrédulos.
Y finalmente, un día el abuelo Ángel se murió. Y Marcos, cuando se entero, la miro a su mama, la
hija más chica y le pregunto: ¿Que va a pasar con los diablos del abuelo? ¿Quien
los va a cuidar ahora?
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