Prendo la tele. Programa de periodismo político.
Sonamos. Decido verlo. En el pasado el periodista que conduce el programa supo
gozar de mi simpatía, como me lo recuerdan 3 libros suyos que reposan en la
biblioteca, al alcance de mi vista. El periodista presenta una nota. Vamos a
ver un video tipo cámara oculta, filmado por un agente del orden, en el cual se
puede ver a un señor diputado de la Nación resistiéndose a que le retengan el
auto por haber cometido una infracción, o mejor dicho por estar en infracción
al no poder presentar documentación del vehículo que le es requerida por un
agente de transito. Veo el video. Oigo el audio, la discusión entre el señor diputado
y la agente de transito. Siento como que ya lo vi y oí mil veces en los últimos
10 días. Probablemente esta sensación tenga que ver con la otra sensación de
hartazgo, el saberme sometido a un interminable bombardeo de propaganda política
explicita y de la otra. Todo exacerbado por la época electoral en la que nos
encontramos inmersos. Termina el video. Volvemos al piso. El periodista continúa
hablando. Mientras habla, yo intento separar, debo confesar que sin mucho éxito,
la información objetiva de las opiniones personales. En la vorágine del
discurso, las opiniones pasan a transformarse casi en verdades fácticas,
axiomas.
De pronto, el periodista comienza a
mostrar, a señalar en las pantallas detrás de él, una serie de tweets de un
conocido artista del medio que se decidió a opinar del episodio, cuestionando, desafiando
de alguna forma, varias de las frases del diputado expresadas durante la discusión
con la agente de transito. Parece ser que dichos tweets generaron un gran revuelo
en las redes sociales y entonces el periodista explica que se decidió a entrevistar
a este artista para dialogar justamente acerca de los tweets, sus opiniones y
el episodio en cuestión. Sinceramente, me llamo la atención que decidieran
entrevistar a esta persona en particular, debido a que no se trata de un
experto en temas políticos o alguien que en el pasado se hubiera expresado públicamente
acerca de este tipo de cuestiones claramente alejadas de su quehacer artístico.
Pasamos a la entrevista. El periodista
canchero se muestra amigable, confianzudo. Es como si el entrevistado y el
periodista se hubieran comido 1000 asados juntos. Después de romper el hielo
con 2 o 3 preguntas típicas, el periodista encara para el lado de los tweets
que generaron / contribuyeron al escandalo. En ese momento la entrevista se
transforma en un sketch de Peter Capusotto: “Vas a decir lo que yo quiero que
digas”, con el periodista insistiendo en poner en boca del entrevistado, frases
que este realmente no dijo / no quiso decir en ningún momento. El entrevistado
responde lo que le preguntan. No parece darse cuenta del juego planteado. Comienza
a explicar porque cree tener la autoridad moral para plantear un desafío como
el que propuso públicamente en los 4 o 5 tweets que salieron a la luz, algo así
como: “quien me va a enseñar a mi lo que era la dictadura”. Ahí me empiezo a
sorprender. No por la edad revelada por el entrevistado o el hecho que ya sea
abuelo. Me sorprenden los detalles de la infancia. La descripción detallista de
hechos vividos, épocas de represión, episodios violentos. El análisis del
funcionamiento de aparatos represivos, implementados primero por facciones
pertenecientes a gobiernos democráticos y luego por los militares golpistas.
El periodista intenta repreguntar, trata
de usar algunas frases a su favor, lo logra a medias porque el entrevistado
sigue con una catarata de anécdotas personales, como ajeno al juego planteado.
La dinámica va cambiando. A estas alturas el protagonismo del entrevistado se
magnifica y el periodista lo deja seguir solito no solo porque dijo lo que
dijo, twiteo lo que twiteo, sino por todo lo que tiene para decir acerca de la
libertad de expresión y otros tópicos tan funcionales, tan de moda.
Sobre el final, el entrevistado hace una última
revelación acerca de su identidad, la relación con su padre y ahí si como que se nota cierto guion, cierto acuerdo previo. Últimos
intercambios alrededor de la idea de la persecución a los que piensan distinto.
2 tipos hablando como potenciales victimas de censura frente a millones de
televidentes.
Fin de la entrevista. Monologo del periodista estrella. Fin del programa. Los títulos empiezan a
pasar mientras yo me quedo pensando en que aprendí 2 o 3 cosas de la vida
personal del entrevistado y que esta bueno, muy bueno que cualquiera pueda
decir cualquier cosa en cualquier lugar. Después uno termina eligiendo lo que
quiere creer o a quien le quiere creer. ¿O no?
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