Como dice el amigo Ernesto en su blog, un día la comunicación entre los humanos se torno asincrónica.
En esa época de soltar palabras que algún día eran recibidas por los demás como
botellitas entregadas al mar, las comunicaciones epistolares permitían que uno
pusiera el enojo, la ansiedad, la tristeza y/o el amor en un sobre para luego
enviarlo a la persona con la que quería compartir esos pensamientos /
sentimientos sin saber realmente cuando se obtendría una respuesta o siquiera si
se obtendría una respuesta. Esa dinámica asíncrona, de soltar un mensaje autónomo,
enriquecido con todas las palabras que le permitieran sostenerse a
si mismo durante todo el tiempo que durara su viaje, ejercitaba nuestra
paciencia, volviéndonos irremediablemente melancólicos. Así, la paciencia
pasaba a ser una de nuestras cualidades inherentes, necesarias para no
enloquecer esperando. Es que enviabas una carta a tu novia a la distancia y
luego de 7 o 10 días, recibías una respuesta: "Oh, ya no te
quiero...". Pum!, bajón, tristeza, procesamiento asíncrono... a escribir
una carta, a tomarse todo el tiempo para escribir una carta que respondiera
adecuadamente a semejante mensaje. Y luego a esperar nuevamente…
Con el tiempo, a lo mejor de una manera
mas rápida que lo que uno hubiera esperado, y es que para algunas cosas la vida
siempre va mas rápido que lo que uno espera, las comunicaciones fueron
cambiando. La interacción entre los humanos fue ganando en velocidad,
inmediatez. Primero el correo electrónico y los celulares, luego Internet, esa
especie de pizarrón gigante donde, si uno contaba con los conocimientos y
herramientas adecuadas, se podía escribir un mensaje esperando que todo el
mundo lo viera. Ultimamente el acceso “masivo” a los blogs, las redes sociales
y los 140 caracteres de Twitter. “Me gusta”, “Estoy por comerme un choripán…
#Choripan”.
A mi lo de la velocidad me gusta, soy como
una especie de anticuado escritor epistolar adaptándose a estas nuevas
herramientas que me permiten dar rienda suelta a mis ganas de comunicarme a un ritmo adecuado para mi presente ansiedad. Y es que últimamente
la ansiedad me mata, me roba el poco sueño que me quedaba y me hace mirar a la
pantalla del celular con una frecuencia poco razonable, al menos para alguien
de mi edad (es que aunque a veces me sienta de 10 años por fuera parezco de cuarenta). Pero creo que prefiero esa dinámica
a volver que tener que esperar semanas por una carta que no se si va a llegar.
También me gusta esa capacidad de reducir
las distancias físicas casi a cero. La posibilidad de retomar un contacto casi
diario con personas a las que quiero, personas que extraño, que me había acostumbrado
a extrañar durante la era asíncrona. De pronto, mi familia, mis amigos pasaron
a estar al lado mio, al alcance de mi mano.
Finalmente, lo que no me gusta son ciertas
disrupciones, desafortunadas interacciones, fruto de la economía inherente al
uso de estas nuevas herramientas de comunicación. Es que no todo podía ser
feliz en este mundo virtual. Es que hay gente que aun cuando durante 20 años nunca me
llamo por teléfono ni se digno a escribirme una carta, de pronto se “presenta”
en Facebook solicitando ser mi amigo. Personas que nunca se tomaron el trabajo
de escribir una carta, buscar un sobre, caminar hasta el correo y esperar, ahora
pretenden ser mis amigos solamente porque es muy simple, muy fácil hacer 2
clicks y enviar una solicitud de amistad. Para ellos, mi repudio y “Eliminar Solicitud”.
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