14 de Febrero. Día de San Valentín. Día de los enamorados.
Para muchos una fecha más en el calendario de días festivos creados / publicitados / masificados
a instancias de diversas ramas del comercio que ven en este festejo una
oportunidad más de vender chocolates, flores, tarjetas y cualquier otra mercadería
que se les ocurra que puede representar el amor que una persona siente por otra.
En mi caso particular, el día de San Valentín tiene una connotación
bastante especial. Para nosotros, el 14 de Febrero no es solo el día de los
enamorados. Para nosotros, también es el día en que nació nuestra perra Valentina, hace varios
años; como un pequeño milagro, saliendo de la panza de su mama un día más tarde
que el resto de sus hermanos cachorros. Y también es el día en que me di cuenta,
también varios años atrás, que estaba enamorado.
No sucedió en un boliche, mientras descubría el tatuaje en
su hombro o sus largas piernas bajo la minifalda. No fue en una playa paradisíaca caminando bajo el sol agarrados de la mano. No tuve una revelación al
despertar, después de pasar la noche juntos.
Lo mío ocurrió en un sanatorio. Específicamente en el
pasillo de un sanatorio. Un lugar de mierda para pasar el día de San Valentín,
o cualquier otro día. Mientras la despedía soltándole la mano para que la
camilla se la llevara al quirófano, me di cuenta ahí, de golpe, que me estaba
quedando solo. Solo en ese pasillo. Solo en el mundo.
Habíamos pasado la noche anterior dando vueltas entre la
guardia del sanatorio y una habitación donde la internaron, preparándola para
una eventual operación de urgencia. Los médicos de la guardia con cara de
cagazo nos mandaban a hacer un estudio atrás de otro, ecografías, análisis; tratando
de acertar un diagnostico que explicara que hacíamos ahí, en la guardia de un
sanatorio, rodeados por accidentados y gente descompuesta, mientras el resto
del mundo festejaba su amor. Y el diagnostico de los médicos iba cambiando,
variando, mutando, hasta que se fue definiendo en una frase que incluía palabras
como “ectópico” y “hemorragia”.
Y todo el tiempo yo la acompañaba. La acompañé. Tomándole la
mano. Tratando de mantener la calma. Tratando
de mostrarme calmo. Perdiendo la noción del tiempo a lo largo de esa
noche larga. Aferrándome a su mano, como si al soltarla el que pudiera perderse fuera yo. Yendo y viniendo por los pisos y pasillos del sanatorio.
Y terminamos en la habitación. Y llegó la mañana. Y la luz. Y
vino un médico que se presento como el médico que la iba a operar. Y yo lo
saludé y escuché como un autómata lo que nos explicaba. Y era como que estaba
muy lejos, como si estuviera viendo / escuchando al médico a miles de kilómetros,
a través de una transmisión vía satélite.
Y después vino una enfermera y me pidió que saliera de la habitación
para que pudiera preparar a mi mujer para la operación. Y yo salí de la habitación.
Y me encontré con mi suegro. Y mi suegro tenía una cara de calma / cagazo igual
a la mía. Y los dos nos quedamos quietos, callados, mirando el piso del
pasillo. Y después vino la camilla. Y se la empezó a llevar para el quirófano.
Y la acompañamos. La acompañé hasta una puerta donde me dejaron despedirme. Y ahí
le dí un beso y la miré, la carita bajo la cofia blanca que le habían puesto y
le solté la mano, despidiéndome. Y ahí, en ese momento, como recordando de golpe algo que siempre había sabido, me di cuenta que estaba
enamorado de esa mujer que hacia años tenía a mi lado.
Hoy es 14 de Febrero otra vez y este texto es mi regalo para
ella. Sé que en algún momento lo va a leer y no me va a decir nada. Al menos no
inmediatamente. Quizás más adelante. En algún momento vamos a hablar como al
pasar de las cosas que escribo y ahí tal vez si se anime a decirme si le gustó.
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