Normalmente no solía pensar en
cuales son las cosas a las que le tenía miedo. Debía ser en parte por falta de
tiempo, la excusa que esgrimía aproximadamente el 90% de las veces cuando
alguien o el mismo le / se reclamaba que no había hecho algo; debía ser en
parte por alguna especie de mecanismo de autoprotección que intentaba evitar
que piense en cosas tan preocupantes o al menos poco agradables. Como si no
dedicarle tiempo a la interrogación de uno mismo pudiera de alguna forma evitar
los miedos, que uno tuviera miedo o pudiera incluso mitigar las causas de
dichos miedos / temores.
De alguna manera, los últimos días
había logrado encontrar un tiempo para concentrarse en el tema de sus miedos,
un beneficio inesperado del insomnio. Pensando, dialogando consigo mismo,
mirando el techo en medio de la noche, llego a varias conclusiones
interesantes. Se dio cuenta que a diferencia de lo que uno podía esperar, no le
tenía miedo a la muerte. Aun el hecho de tener una familia a cargo y algunas
responsabilidades, no lograba hacer que le tuviera miedo a la muerte. Esa
no-vida que en su caso personal no se correspondía con túneles de luz, vida en
el mas allá, cielo con nubes, purgatorio o algún otro tipo de paso a otro plano
/ realidad / mundo. Se lo imaginaba más bien como quedarse dormido. Oscuridad.
Punto. No le preocupaba que su familia fuera a quedarse desvalida, sola, sin el
padre de familia a cargo. Sabia, de alguna manera, que ellos se la iban a
arreglar para continuar sin el. Incluso su hija chiquita iba a terminar
encontrando alguna explicación a la muerte, su muerte, esa partida a un viaje
interminable. Su mujer encontraría un compañero, o no. Eso tampoco importaba.
El ya no iba a estar allí para verlo.
Lo que si lo atemorizaba era perder
la memoria. Alzheimer. Ese tipo de enfermedad que lo pudiera degradar,
erosionar, hacerlo dependiente. No recordar quien era, quienes lo rodeaban. El desvarío
intermitente. La memoria yendo y viniendo caprichosamente. La conciencia de a
ratos de estar hecho mierda, de a ratos no poder recordar / reconocer quien
carajo es esa persona que esta a tu lado.
Se dio cuenta que a veces pensaba,
a un nivel casi inconsciente, que el deterioro ya había empezado. No podía recordar,
por ejemplo, los nombres de sus compañeros de secundaria. En público explicaba
que era porque él vivía lejos y no se habían mantenido en contacto. Cuando su
hijo le había mostrado como tocaba en la flauta las canciones que la maestra de
música le había enseñado, se dio cuenta que no podía recordar a sus propias
maestras de música. En realidad era como que nunca hubiera tenido clases de
música. Tomo conciencia que las partituras que su hijo leía con fluidez, para
el eran inescrutables. Excepto por la clave de sol, a esa si podía reconocerla.
Y después recordó el día del
nacimiento de su hijo. Después de haber acompañado toda la noche a su mujer
hasta el momento que dio a luz, había salido de la sala de parto y mientras las
enfermeras terminaban de limpiar y vestir por primera vez su hijo, el camino
hasta el pasillo de la clínica y se quedo esperando. Concentrándose, enfocándose,
pidiéndole desesperadamente a cada una de sus neuronas que por favor, por
favor, por favor, grabaran en su memoria la cara de su hijo recién nacido y
nunca, nunca, pero nunca, le permitieran olvidar ese momento. Los ojos de su
hijo hermoso, ese pequeño duende, mirándolo por primera vez. Esa imagen que no quería
olvidar, que quería retener para siempre en su interior, como presagiando,
adivinando que un temor que todavía no había aflorado, se iba a presentar más
tarde, tomando forma / existencia. La forma de la no memoria, la forma del no
ser.
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