Monday, March 3, 2014

El vaso del Picante

Ayer me desperté a eso de las 9:30hs. Llovía. Hacía varios días que llovía sin parar. Me levante tratando de no hacer ruido para que no se despierte mi hija. Una mancha de humedad en el techo del baño me mostraba cómo la lluvia había ido penetrando lentamente las distintas capas de nuestro techo.

Fui a la cocina para prepararme el desayuno. Miré el patio mojado por la lluvia por el ventanal de la cocina. Los jazmines amarillos al fondo del terreno formaban una cascada de verdes hojas y gotas cayendo hasta el césped. El cielo gris recortado por la copa de los arboles.
Prendí una hornalla y puse la plancha para hacer tostadas. Mire hacia la cafetera sin demasiadas esperanzas. Obviamente no había café hecho. Puse una servilleta de papel a modo de filtro. Busqué el frasco de café y cargué a ojo el equivalente a 3 o 4 pocillos. Busqué algún recipiente para cargar el agua y al mirar hacia mi izquierda vi el vaso de plástico celeste. Llené el vaso con agua de la canilla y cargué la cafetera. La encendí. En ese momento, todavía medio dormido, me di cuenta que no podía reconocer el vaso de plástico que sostenía en mi mano izquierda. Es decir, el vaso en cuestión, no era parte reconocible de la amorfa y diversa colección de vasos de plástico que mis hijos colectan y tunean con calcomanías sacadas de envases de yogur. Vasos de princesa. Vasos de Halloween. Vasos de la muñeca descerebrada de piernas largas y cintura diminuta. Vasos de algún superhéroe o personaje de dibujos animados.

Acerqué el vaso, mecánicamente. Lo puse frente a mí.  Era grande, alto. El típico vaso de cadena de cines, que permite a un niño servirse casi medio litro de gaseosa de una sola vez. Me llamó la atención el color celeste del plástico.  El lado que tenía hacia mí era liso, no tenía dibujos o inscripciones. Lo di vuelta lentamente y entonces lo vi, mirándome. El Picante Pereyra. El Picante repetido en fotos blanco y negro. El Picante saludando con el brazo derecho en alto. El Picante festejando un gol. El Picante tirando una chilena como solo él puede hacerlo. Debajo dos inscripciones: “Picante” y más abajo “por la camiseta”, “por el carnaval”.

¡Un vaso Pirata! ¡Un vaso de Belgrano de Córdoba! Como si dos neuronas hubieran hecho contacto de pronto en medio de mi cabeza, recordé que mi suegra había comentado durante la semana que el diario traía de regalo cada domingo un vaso dedicado a cada uno de los cuatro clubes de futbol de Córdoba. El vaso en cuestión debía ser uno de los vasos futbolísticos del diario. Siendo el único hincha de Belgrano de la familia, era lógico que el vaso terminara en casa.

Volví a mirar el vaso, con orgullo. Si me pudiera ver el Pelado, pensé. Le daría envidia. Se lo podría regalar. Después de todo él es el responsable, el culpable mejor dicho, que yo sea hincha de Belgrano. No de Talleres. No de Instituto. No de Racing de Nueva Italia. Hincha del Club Atlético Belgrano de Córdoba. El pirata cordobés. El celeste de Alberdi.

Originalmente, antes de venir a estudiar a Córdoba, yo había sabido ser, por mandato familiar, por herencia de mi abuela materna y mi tía, un hincha de Boca más. Era natural que viviendo en una provincia donde los clubes locales apenas podían aspirar a participar de algún campeonato regional o a lo sumo el Nacional B, uno se terminara haciendo hincha de alguno de los clubes grandes porteños. En este país claramente unitario en lo que a pasiones futbolísticas se refiere, uno terminaba encontrando hinchas de Boca, River o San Lorenzo en lugares alejados de la Capital, dispersos en la geografía nacional. Así podían encontrarse hinchas de River en la lejanía de La Quiaca, hinchas de Boca en lo profundo de La Pampa o hinchas de San Lorenzo o Independiente en la húmeda provincia de Misiones. En la mayoría de los casos, extrañamente, estos hinchas remotos, nunca habían pisado la cancha del club de sus amores. Era algo así como ser hincha a la distancia del Barcelona, el Real Madrid o la Juventus. Había casos extraños, merecedores de algún estudio sociológico, como el de mi propio padre o el padre del Pelado, quienes viviendo en Misiones y desafiando las generales de la ley, eran hinchas confesos de Estudiantes de La Plata. Previsiblemente, con el tiempo, el Pelado mismo resulto ser a su vez hincha de Estudiantes.

Cuando nos vinimos a estudiar a Córdoba, el Pelado, que de fútbol siempre entendió mucho más que yo, se hizo hincha de Belgrano. O sea, no es que dejo de ser hincha de Estudiantes, pero se las arreglo para hacerle lugar a la pasión por el pirata cordobés. De a poco, como por imitación, yo que no era un hincha muy fanático de Boca, me fui haciendo también hincha de Belgrano. Y mientras empezábamos nuestras carreras universitarias y aprendíamos a vivir solos en una ciudad nueva, íbamos aprendiendo también quien había sido la Chacha Villagra, donde quedaba el Gigante de Alberdi y cuantos clásicos con Talleres había ganado el celeste. 

Pasaron unos pocos años. De alguna forma avanzábamos en nuestras carreras universitarias. Nos habíamos acostumbrado a estar lejos de casa. Nos íbamos volviendo cordobeses. Tan cordobeses como un misionero pudiera ser. Los fines de semana jugábamos al fútbol. Los fines de semana escuchábamos fútbol en la radio. Y así pasábamos la vida. Hasta que un día, un puto día triste, el Pelado tuvo que volverse a Misiones. Y yo me quedé.

Pasaron varios años mas. Con el tiempo, empecé a ir de vez en cuando a la cancha. Vi al pirata jugar en Alberdi. Lo pude escupir a Graciani jugando para Argentino Juniors a través del alambrado de la popular. Estuve en el Chateau, en medio de los papelitos, el día que ascendimos contra Aldosivi. Vi jugar a Belgrano por la tele quinientas veces, renegando, puteando. Descendimos. Ascendimos.¡Vi a Belgrano descender a River en el Monumental! Y siempre, todo ese tiempo, cada vez que lo veía jugar al celeste, en algún lugar adentro mío, me acordaba del Pelado, mi amigo que me hizo ser hincha pirata y me lo dejo de regalo, naturalmente, como si hubiera nacido en Alberdi, cerca de la cancha...


El gorgoteo de la cafetera terminando de preparar el café me trae de vuelta. El Picante me sigue mirando con el brazo en alto. Definitivamente, cuando lo vuelva a ver al Pelado tengo que regalarle este vaso.

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