En algún momento de ese mismo
año, creo que durante el mes de Febrero, mi padre había sufrido un ACV
isquémico que le terminaría afectando principalmente las funciones de
procesamiento visual del cerebro. Calculo que alguna parte del hemisferio
derecho. Una de las veces que conversamos acerca del episodio,
me contó que al comienzo, pasadas pocas horas del ataque, veía
luces y cosas que él sabía que no podían estar ahí, donde él creía verlas. Los
espacios y ambientes de su casa, de pronto le resultaban desconocidos,
irreconocibles. Con los días, su cuadro se fue estabilizando y simplemente
ocurrió que algunas zonas de su campo visual se fueron “apagando”, dejándole
una visión parcial y facetada del mundo.
Es extraño, pero puedo recordar
mas detalles del ACV de Cerati que del de mi padre. Es como si una parte de mi
se hubiera empeñado en ignorar / minimizar / olvidar todo lo relacionado con el
ataque de mi viejo. La primera persona que me llamo la atención al respecto,
sorprendida por la tranquilidad / distancia con que relataba el hecho en una
charla casual de oficina a los pocos días de haberme enterado, fue mi jefa. Me
dijo algo como: ¡Qué haces que no te tomas un avión YA y te vas a ver a tu
Papa!!!. De alguna manera le hice caso. Llame a mi viejo y sin dar demasiadas
vueltas le dije que lo quería y él me contesto: “Yo también te quiero, hijo” y
ahí me quede duro y me di cuenta que hacía muchos años que no nos decíamos que
nos queríamos, que no usábamos esas palabras. Y ahí mismo, en mi interior,
empecé a planificar un viaje para verlo.
El cumpleaños de mi viejo era a
los pocos días. Con mis hermanos decidimos darle una sorpresa y reunirnos todos
en La Plata para festejarlo con él. Decidí invitar a mi hijo al viaje y le
pregunte si quería viajar en colectivo o en avión. Previsiblemente, mi hijo
eligió el avión, así que sacamos los pasajes y nos empezamos a preparar en
secreto para encontrarnos con nuestro padre / abuelo.
Cuando llego el día del viaje,
bien temprano, agarramos una mochila negra que me acompañaba desde hacía muchos
años, metimos en ella lo mínimo para una estadía de 2 o 3 días: calzoncillos
limpios, 2 o 3 remeras y un pequeño estuche con los cepillos de dientes, un
dentífrico y un desodorante y llamamos a un taxi que después de unos minutos de
espera, nos llevo hasta el aeropuerto.
El vuelo de una hora hasta
Aeroparque fue bastante tranquilo, solo interrumpido por las expresiones de
sorpresa / alegría de mi hijo que creía que ese era su primer viaje en avión y
festejaba la velocidad, la aceleración durante el despegue, la vista de las
nubes desde arriba, la aparición de las azafatas con su carrito de bebidas…
Al llegar a Aeroparque tomamos
otro taxi hasta Retiro. Recorrimos la ciudad por autopista, siguiendo ese paseo
bizarro que va bordeando la villa 31 y las montañas de containers del puerto de
Buenos Aires hasta llegar a la terminal de ómnibus después de pasar por el frente
del edificio de Gendarmería, edificio Centinela
creo que se llama. Una vez dentro de la terminal, llamamos por teléfono a mis
hermanos avisando que ya estábamos en Capital, buscamos la boletería de
los colectivos que iban hasta La Plata y sacamos 2 pasajes.
El viaje hasta La Plata por
autopista nos llevo aproximadamente una hora. Al llegar a la terminal de La
Plata, tomamos otro taxi que finalmente nos llevo hasta la casa de mi hermana,
donde nos íbamos a juntar a festejar el cumpleaños de mi viejo, comiendo un
asado. Mi viejo todavía no había llegado, pero mis hermanos ya habían prendido
el fuego y nos estaban esperando en el patio. Entramos. Abrazos, besos… la
sorpresa de mi hijo ante la aparición de la gata desmesuradamente gorda de mi
hermana… unos mates… el ambiente se iba cargando de emoción a medida que
pasaban los minutos y se acercaba el momento en que íbamos a volver a verlo.
Y finalmente mi viejo llegó.
Tocaron el timbre y mi hermana abrió la puerta y mi viejo entró y empezó a
saludarnos a todos. No sé cuál era la imagen que yo esperaba ver de mi viejo, que
secuelas esperaba encontrar… pero él estaba ahí, perfecto, caminando hacia
nosotros, sonriendo emocionado, abrazando a sus hijos y sus nietos. Y era como
si nunca le hubiera pasado nada, como si no hubiera habido ACV. Y cuando llego
hasta mi hijo se sorprendió; al fin de cuentas nosotros no debíamos estar ahí,
y después de abrazarlo, me miró. Me miró con sus ojos grises que yo conozco de
memoria, de tanto verme reflejado en ellos a lo largo de los años. Y finalmente
me abrazó. Y yo lo abracé. Y después de unos segundos, nos separamos un poco y
nos volvimos a mirar, llorando de
alegría. Y yo quería decir algo y no podía. Y volví al punto donde todo había empezado.
Ese instante donde había empezado a extrañarlo, hacia tantos años, sin poder decírselo.
Y después volví lentamente al presente, a ese presente donde mi viejo me estaba
abrazando y volví a respirar y a mirarme en sus ojos. Esos ojos que siempre habían
estado ahí siguiéndome, acompañándome en la distancia.
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