Monday, January 20, 2014

Los ojos de mi viejo

El 15 de Mayo de 2010, Gustavo Cerati, quien se encontraba en Venezuela presentando su álbum Fuerza Natural, era internado por una descompensación. Tres días más tarde, confirmando los trascendidos que hablaban de un ACV, el parte médico oficial mencionaba “un evento vascular isquémico con afasia de expresión”. Gradualmente, con el paso de los días, y luego de su traslado a la Argentina, todos fuimos aceptando no solo que Cerati no volvería a ser el mismo, sino que probablemente no volvería a despertar del coma en que el ataque lo había sumido.

En algún momento de ese mismo año, creo que durante el mes de Febrero, mi padre había sufrido un ACV isquémico que le terminaría afectando principalmente las funciones de procesamiento visual del cerebro. Calculo que alguna parte del hemisferio derecho. Una de las veces que conversamos acerca del episodio, me contó que al comienzo, pasadas pocas horas del ataque, veía luces y cosas que él sabía que no podían estar ahí, donde él creía verlas. Los espacios y ambientes de su casa, de pronto le resultaban desconocidos, irreconocibles. Con los días, su cuadro se fue estabilizando y simplemente ocurrió que algunas zonas de su campo visual se fueron “apagando”, dejándole una visión parcial y facetada del mundo.

Es extraño, pero puedo recordar mas detalles del ACV de Cerati que del de mi padre. Es como si una parte de mi se hubiera empeñado en ignorar / minimizar / olvidar todo lo relacionado con el ataque de mi viejo. La primera persona que me llamo la atención al respecto, sorprendida por la tranquilidad / distancia con que relataba el hecho en una charla casual de oficina a los pocos días de haberme enterado, fue mi jefa. Me dijo algo como: ¡Qué haces que no te tomas un avión YA y te vas a ver a tu Papa!!!. De alguna manera le hice caso. Llame a mi viejo y sin dar demasiadas vueltas le dije que lo quería y él me contesto: “Yo también te quiero, hijo” y ahí me quede duro y me di cuenta que hacía muchos años que no nos decíamos que nos queríamos, que no usábamos esas palabras. Y ahí mismo, en mi interior, empecé a planificar un viaje para verlo.

El cumpleaños de mi viejo era a los pocos días. Con mis hermanos decidimos darle una sorpresa y reunirnos todos en La Plata para festejarlo con él. Decidí invitar a mi hijo al viaje y le pregunte si quería viajar en colectivo o en avión. Previsiblemente, mi hijo eligió el avión, así que sacamos los pasajes y nos empezamos a preparar en secreto para encontrarnos con nuestro padre / abuelo.

Cuando llego el día del viaje, bien temprano, agarramos una mochila negra que me acompañaba desde hacía muchos años, metimos en ella lo mínimo para una estadía de 2 o 3 días: calzoncillos limpios, 2 o 3 remeras y un pequeño estuche con los cepillos de dientes, un dentífrico y un desodorante y llamamos a un taxi que después de unos minutos de espera, nos llevo hasta el aeropuerto.

El vuelo de una hora hasta Aeroparque fue bastante tranquilo, solo interrumpido por las expresiones de sorpresa / alegría de mi hijo que creía que ese era su primer viaje en avión y festejaba la velocidad, la aceleración durante el despegue, la vista de las nubes desde arriba, la aparición de las azafatas con su carrito de bebidas…

Al llegar a Aeroparque tomamos otro taxi hasta Retiro. Recorrimos la ciudad por autopista, siguiendo ese paseo bizarro que va bordeando la villa 31 y las montañas de containers del puerto de Buenos Aires hasta llegar a la terminal de ómnibus después de pasar por el frente del edificio de Gendarmería, edificio Centinela creo que se llama. Una vez dentro de la terminal, llamamos por teléfono a mis hermanos avisando que ya estábamos en Capital,  buscamos la boletería de los colectivos que iban hasta La Plata y sacamos 2 pasajes.

El viaje hasta La Plata por autopista nos llevo aproximadamente una hora. Al llegar a la terminal de La Plata, tomamos otro taxi que finalmente nos llevo hasta la casa de mi hermana, donde nos íbamos a juntar a festejar el cumpleaños de mi viejo, comiendo un asado. Mi viejo todavía no había llegado, pero mis hermanos ya habían prendido el fuego y nos estaban esperando en el patio. Entramos. Abrazos, besos… la sorpresa de mi hijo ante la aparición de la gata desmesuradamente gorda de mi hermana… unos mates… el ambiente se iba cargando de emoción a medida que pasaban los minutos y se acercaba el momento en que íbamos a volver a verlo.

Y finalmente mi viejo llegó. Tocaron el timbre y mi hermana abrió la puerta y mi viejo entró y empezó a saludarnos a todos. No sé cuál era la imagen que yo esperaba ver de mi viejo, que secuelas esperaba encontrar… pero él estaba ahí, perfecto, caminando hacia nosotros, sonriendo emocionado, abrazando a sus hijos y sus nietos. Y era como si nunca le hubiera pasado nada, como si no hubiera habido ACV. Y cuando llego hasta mi hijo se sorprendió; al fin de cuentas nosotros no debíamos estar ahí, y después de abrazarlo, me miró. Me miró con sus ojos grises que yo conozco de memoria, de tanto verme reflejado en ellos a lo largo de los años. Y finalmente me abrazó. Y yo lo abracé. Y después de unos segundos, nos separamos un poco y nos volvimos a mirar, llorando de alegría. Y yo quería decir algo y no podía. Y volví al punto donde todo había empezado. Ese instante donde había empezado a extrañarlo, hacia tantos años, sin poder decírselo. Y después volví lentamente al presente, a ese presente donde mi viejo me estaba abrazando y volví a respirar y a mirarme en sus ojos. Esos ojos que siempre habían estado ahí siguiéndome, acompañándome en la distancia.

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