Sunday, September 17, 2017

El torneo de danza

Domingo por la siesta. Sentado en la penumbra, casi al fondo de un gran salón de conciertos. Torneo de danzas. Esperando junto con otros varios cientos de padres que nuestras hijas / hijos bailen su coreografía. Los ganadores de medallas de oro y plata ganan su pase a las finales nacionales en Rosario, el mes próximo.

Adormecido veo / escucho pasar en automático una coreografía tras otra. Algo de reggaetón, el infaltable Despacito, mucha música Pop para niños / adolescentes y un poquito de música clásica. Nenas vestidas con trajes de lo más diverso intentan seguir el ritmo de la música, desarrollando la coreografía que las profes marcan desde el costado del escenario.

Mi hija pintada, peinada como nunca, está sentada a mi lado, en el regazo de su madre. Mira pasar las coreografías con ojos muy grandes. Ojos atentos a eso que pasa en el escenario. Está a medio vestir, con una malla blanca con dos claves de sol bordadas en lentejuelas en el frente. Todavía falta que se ponga la pollera color violeta. Eso va a pasar después, cuando la profe las llame para terminar de vestirlas, pintarlas y presentarlas de camino al escenario.

A la coreografía de mi hija le toco el numero treinta y ocho. Tenemos por lo menos dos horas más de espera por delante. Por un momento, pierdo la cuenta del tiempo. Todo se parece a todo… como en un ciclo que se repite con pequeñas variantes. Esta música ya la escuché… Esa nena gordita ya bailo antes… Esos disfraces como de hada con telas claritas ya los vi… La voz en off de la locutora entusiasta anunciando las coreografías: “Coreografía número siete. Danza Clásica. Categoría Junior B. Profesora Claudia González.”. Así hasta el infinito…

En un intento por mantener a raya la incipiente acidez que se empieza a anunciar desde el centro de mi estómago, tomo un trago de agua fría de la botella térmica que yo mismo puse en la mochila esta mañana. Lo del agua no va a funcionar, me digo a mi mismo en la penumbra.

Se apagan las luces del escenario. Viene otra coreografía. La locutora menciona un nombre que no alcanzo a comprender. Intento buscar el celular con la mano derecha en el bolsillo de la campera. Empieza a sonar una música conocida. Música de violines y piano. Música de propaganda de medicina pre-paga. La mano que alcanzó a tomar el celular se detiene a mitad de camino. Levanto la mirada. En medio del escenario hay un pequeño cubo blanco a modo de escenografía minimalista. Sobre el cubo blanco está sentada una nena flaquita. Desde donde estoy sentado no puedo darme cuenta de la edad de la nena. Pueden ser diez años, pueden ser doce años. La nena tiene unas hojas de papel en sus manos. Es parte de la coreografía. Levanta las hojas hasta ponerlas delante de su rostro. Se para. Deja las hojas sobre el cubo banco con un gesto como de dolor. Comienza a bailar siguiendo la música que aumenta lentamente su intensidad. Mi mano sigue aferrando el celular dentro del bolsillo de la campera, esperando. Y entonces ocurre…  

La nena empieza a recorrer el escenario. Toma carrera y da un salto. Las piernas extendidas marcando un arco por un instante. Otro salto. Rápidos pasos y otro salto más… la belleza suspendida en el aire me golpea de lleno.

La nena sigue bailando. No solo está siguiendo la música. Interpreta una historia. Nos cuenta una historia. Como una Maddie Ziegler cordobesa. Su concentración no es pareja. Por momentos se deja llevar por los pasos marcados por la coreografía y la magia se disuelve un poco y volvemos al salón oscuro. La técnica seguramente no es perfecta. No puedo apartar la vista del escenario.

La música sigue incrementando su ritmo, alcanzando un clímax casi violento liderado por los violines. La nena sigue bailando, saltando como en una pieza de ballet clásico, arrojándose al piso con dolor... Dejando pedacitos de si misma por el aire de todo el lugar. Tomándose el rostro. Moviendo las manos. Contándonos una historia… Hasta que la música finalmente se va acallando y la nena, ahora lentamente, se dirige al cubo y toma las hojas de papel con sus manos temblorosas y la luz se apaga.


Mi mujer me mira. Tengo los ojos brillantes… Me voy recuperando lentamente… Este domingo de torneo no es igual a los demás… Acaba de pasar algo distinto... Por un momento tuvimos un poquito de magia… y solo nos faltan veinte coreografías más.

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