A ver como siguen la alumna y el profe...
Habían quedado en verse esa noche en el departamento de
ella. A eso de las diez de la noche, después
de la facultad. El llegó cinco minutos tarde y tocó el portero nervioso,
mirando a su alrededor. No sabía si los nervios eran por miedo a que algún
conocido lo viera entrando al edificio de ella o por el hecho de volver a
verla.
Ella atendió el portero. Su voz sonaba extraña en el pequeño
parlante.
El entró atravesando el lobby del edificio, saludando al
guardia que apenas hizo un gesto con la cabeza desde atrás de una especie de
pequeño mostrador.
Se paró frente a los ascensores. La superficie metálica del
panel con los botones le devolvió un reflejo distorsionado. Presionó el botón de la derecha. Esperó unos treinta
segundos hasta que la puerta se abrió y entonces entró al ascensor. Presionó el
botón del piso de ella, mientras recordaba la última vez que había estado en
ese ascensor.
Llegó al piso. La puerta se abrió. Caminó con pasos rápidos
hasta la puerta del departamento. Tocó el timbre. Ella abrió la puerta,
sonriendo.
- Hola. Pasá. Ponete cómodo… – le dijo, mientras le daba un beso en la
mejilla, sin dejar de sonreír. Cierta distancia. Cero hostilidad.
- Hola ¿Cómo estás? –contestó él mientras pasaba
al pequeño living y veía como ella se iba corriendo descalza para la cocina.
- Bien… ¿Comiste algo? Estoy por descongelar unas
milanesas ¿querés? – dijo ella, gritando la última pregunta desde la diminuta
cocina.
- Dale. Milanesas está bien ¿Hace falta que baje a
comprar algo?- preguntó el casi por Costumbre.
- Mmmm… No… creo que tengo todo. – dijo ella
entrando al living.
Estaba muy linda. El pelo todavía húmedo después de la ducha.
Una remera gris y jeans gastados. Descalza. Cruzó las piernas breves mientras
se sentaba en el otro sillón.
- ¿Cómo estás? – preguntó ella, mirándolo a los
ojos.
- Bien… ocupado con los exámenes… estos últimos
días estuvimos revisando los planes de la cátedra… - se dio cuenta que estaba
respondiendo pelotudeces cuando vió la sonrisa picara de ella.
- ¿Y vos? ¿Cómo estás? – preguntó él, bajando la
mirada hacia la mesa ratona y la pila de revistas que había arriba. Desde la
tapa de una Rolling Stone, una foto póstuma de Gustavo Cerati lo miraba
tranquilo.
- Bien… estuve rindiendo… - hizo una breve pausa -
¿Te acordás que te hablé de un pibe Gustavo?
- Mmmm… más o menos… - claro que se acordaba de Gustavo
– Ese pibe que saliste unas veces… pero que tenía novia.
- Ese… ese Gustavo… el que tenía novia – contestó ella
y se levantó de un salto.
- Voy a ver las milanesas – dijo ella, mientras corría
hacia la cocina.
El volvió a buscar la mirada de Cerati. Manoteó la revista y
la empezó a hojear.
- ¡Van a estar en cinco minutos! – gritó ella
desde la cocina – Ayudame a poner la mesa.
- Dale. Ahí voy – contestó él mientras dejaba de
vuelta la revista sobre la mesa ratona y se levantaba del sillón.
Para cuando terminó de poner los cubiertos y los platos las
milanesas ya estaban listas. Ella preparó una ensalada con unos tomates y se
sentaron a la mesa.
Comieron casi en silencio. Masticaban y se hablaban solo
para pasarse la sal o una servilleta. En un momento ella hizo un chiste y él se
empezó a reír. Después él hizo un chiste y se rieron los dos. Y empezaron a
hablar de viajes y ella le contó que pensaba hacer un viaje sola, por Europa. Y
él le preguntó qué países quería conocer y le terminó contando detalles de su
viaje a París.
Cuando terminaron de comer, levantaron la mesa. Amontonaron
los platos en la pileta de la cocina y volvieron a sentarse en los sillones. Tranquilos.
- Viste que te comenté de Gustavo… - dijo ella mientras
se acomodaba en el sillón - Estamos saliendo. Se dejaron con la novia –
continuó ella, mirándolo. Tratando de medir la reacción en la cara inexpresiva
de él.
- ¿y vos cómo estás? ¿Estás bien?... digo, con él…
estás bien, ahora con él – preguntó él levantando la mirada.
- Si, estoy bien… no tengo claro que va a pasar
con nosotros, pero por ahora estamos bien… saliendo nomás y viendo que onda… -
contestó ella.
- Bueno, eso es lo más importante… digo, que vos estés
bien – dijo él y después se quedó callado, mientras sentía como una sensación
de ahogo le empezaba a subir desde el pecho.
Ella también se quedó callada. Silencio. Sensación de
incomodidad creciente. Despacito, lentamente, se fueron buscando con la mirada.
Hasta que se encontraron. Y ella pudo ver, a través de la mirada de él, por un
instante, como un destello, un pequeño derrumbe.
Fue solo un instante. Hasta que él pudo retomar el control.
Sintió, recordó algo que le había querido decir varias veces, algo que había
entendido después de mucho tiempo. La madurez no significa que crecemos y las
cosas ya no nos duelen como cuando somos chicos. Significa que aprendemos a
disimular mejor. Solo eso.
Ella se levantó y se fue a sentar al lado de él. Le tomó la
mano
- ¿Te molesta? Digo, lo de Gustavo – preguntó ella.
- Está bien… no hay problema… - contestó el – es solo
que… yo pensé que… no importa – y se volvió a quedar callado.
Decidió que ya era hora de irse. Sin decir nada se levantó y
encaró para la puerta. Al llegar a la puerta, se dió vuelta para despedirse y
entonces la vió, parada detrás de él. Encontró su mirada. Por un instante todo
volvió a ser como la primera vez.
- Me tengo que ir – dijo mientras se acercaba para
darle un beso.
- ¿y si te quedas un rato más? – dijo ella, mientras
le tomaba la mano y el universo se empezaba a ir al carajo una vez mas.