Thursday, January 23, 2014

Monday, January 20, 2014

Los ojos de mi viejo

El 15 de Mayo de 2010, Gustavo Cerati, quien se encontraba en Venezuela presentando su álbum Fuerza Natural, era internado por una descompensación. Tres días más tarde, confirmando los trascendidos que hablaban de un ACV, el parte médico oficial mencionaba “un evento vascular isquémico con afasia de expresión”. Gradualmente, con el paso de los días, y luego de su traslado a la Argentina, todos fuimos aceptando no solo que Cerati no volvería a ser el mismo, sino que probablemente no volvería a despertar del coma en que el ataque lo había sumido.

En algún momento de ese mismo año, creo que durante el mes de Febrero, mi padre había sufrido un ACV isquémico que le terminaría afectando principalmente las funciones de procesamiento visual del cerebro. Calculo que alguna parte del hemisferio derecho. Una de las veces que conversamos acerca del episodio, me contó que al comienzo, pasadas pocas horas del ataque, veía luces y cosas que él sabía que no podían estar ahí, donde él creía verlas. Los espacios y ambientes de su casa, de pronto le resultaban desconocidos, irreconocibles. Con los días, su cuadro se fue estabilizando y simplemente ocurrió que algunas zonas de su campo visual se fueron “apagando”, dejándole una visión parcial y facetada del mundo.

Es extraño, pero puedo recordar mas detalles del ACV de Cerati que del de mi padre. Es como si una parte de mi se hubiera empeñado en ignorar / minimizar / olvidar todo lo relacionado con el ataque de mi viejo. La primera persona que me llamo la atención al respecto, sorprendida por la tranquilidad / distancia con que relataba el hecho en una charla casual de oficina a los pocos días de haberme enterado, fue mi jefa. Me dijo algo como: ¡Qué haces que no te tomas un avión YA y te vas a ver a tu Papa!!!. De alguna manera le hice caso. Llame a mi viejo y sin dar demasiadas vueltas le dije que lo quería y él me contesto: “Yo también te quiero, hijo” y ahí me quede duro y me di cuenta que hacía muchos años que no nos decíamos que nos queríamos, que no usábamos esas palabras. Y ahí mismo, en mi interior, empecé a planificar un viaje para verlo.

El cumpleaños de mi viejo era a los pocos días. Con mis hermanos decidimos darle una sorpresa y reunirnos todos en La Plata para festejarlo con él. Decidí invitar a mi hijo al viaje y le pregunte si quería viajar en colectivo o en avión. Previsiblemente, mi hijo eligió el avión, así que sacamos los pasajes y nos empezamos a preparar en secreto para encontrarnos con nuestro padre / abuelo.

Cuando llego el día del viaje, bien temprano, agarramos una mochila negra que me acompañaba desde hacía muchos años, metimos en ella lo mínimo para una estadía de 2 o 3 días: calzoncillos limpios, 2 o 3 remeras y un pequeño estuche con los cepillos de dientes, un dentífrico y un desodorante y llamamos a un taxi que después de unos minutos de espera, nos llevo hasta el aeropuerto.

El vuelo de una hora hasta Aeroparque fue bastante tranquilo, solo interrumpido por las expresiones de sorpresa / alegría de mi hijo que creía que ese era su primer viaje en avión y festejaba la velocidad, la aceleración durante el despegue, la vista de las nubes desde arriba, la aparición de las azafatas con su carrito de bebidas…

Al llegar a Aeroparque tomamos otro taxi hasta Retiro. Recorrimos la ciudad por autopista, siguiendo ese paseo bizarro que va bordeando la villa 31 y las montañas de containers del puerto de Buenos Aires hasta llegar a la terminal de ómnibus después de pasar por el frente del edificio de Gendarmería, edificio Centinela creo que se llama. Una vez dentro de la terminal, llamamos por teléfono a mis hermanos avisando que ya estábamos en Capital,  buscamos la boletería de los colectivos que iban hasta La Plata y sacamos 2 pasajes.

El viaje hasta La Plata por autopista nos llevo aproximadamente una hora. Al llegar a la terminal de La Plata, tomamos otro taxi que finalmente nos llevo hasta la casa de mi hermana, donde nos íbamos a juntar a festejar el cumpleaños de mi viejo, comiendo un asado. Mi viejo todavía no había llegado, pero mis hermanos ya habían prendido el fuego y nos estaban esperando en el patio. Entramos. Abrazos, besos… la sorpresa de mi hijo ante la aparición de la gata desmesuradamente gorda de mi hermana… unos mates… el ambiente se iba cargando de emoción a medida que pasaban los minutos y se acercaba el momento en que íbamos a volver a verlo.

Y finalmente mi viejo llegó. Tocaron el timbre y mi hermana abrió la puerta y mi viejo entró y empezó a saludarnos a todos. No sé cuál era la imagen que yo esperaba ver de mi viejo, que secuelas esperaba encontrar… pero él estaba ahí, perfecto, caminando hacia nosotros, sonriendo emocionado, abrazando a sus hijos y sus nietos. Y era como si nunca le hubiera pasado nada, como si no hubiera habido ACV. Y cuando llego hasta mi hijo se sorprendió; al fin de cuentas nosotros no debíamos estar ahí, y después de abrazarlo, me miró. Me miró con sus ojos grises que yo conozco de memoria, de tanto verme reflejado en ellos a lo largo de los años. Y finalmente me abrazó. Y yo lo abracé. Y después de unos segundos, nos separamos un poco y nos volvimos a mirar, llorando de alegría. Y yo quería decir algo y no podía. Y volví al punto donde todo había empezado. Ese instante donde había empezado a extrañarlo, hacia tantos años, sin poder decírselo. Y después volví lentamente al presente, a ese presente donde mi viejo me estaba abrazando y volví a respirar y a mirarme en sus ojos. Esos ojos que siempre habían estado ahí siguiéndome, acompañándome en la distancia.

Tuesday, January 14, 2014

La niña que dibujaba

Breve texto inspirado en mi hermana pequeña...



Ella dibujaba desde que tenia memoria. Sus primeros recuerdos borrosos de infante tenían como protagonistas a los monigotes, palotes, animales y familiares que dibujaba con sus pequeñas manos. Dibujaba, pintaba con las manos, con crayones de colores, con marcadores, en las paredes, en el piso, en alguna hoja de papel. Dibujaba y comía. Dibujaba y jugaba. Dibujaba y soñaba que de su corazón salían animalitos y duendes redondos que cobraban vida y le hablaban y la dibujaban a ella también.

Cuando le toco ir al colegio, siguió dibujando y los dibujos se volvieron mas variados y mas hermosos. Aunque Matemáticas, Lengua, Geografía y todas las demás materias que no eran Plástica, no le costaban demasiado, tampoco lograban distraer su atención de los dibujos. Y es que en sus cuadernos siempre había dibujos; tigres azules y elefantes grises entremezclados entre oraciones, sujetos y predicados, una familia de esquimales entre sumas y restas, un castillo encantado de muchos colores medio escondido en un mapa.

Al empezar la secundaria pareció que su interés por los dibujos comenzaba a mermar. Su atención de adolescente era disputada por temas tales como la moda, que vestido ponerse, los chicos, el amor, las amigas, la música, los bailes, el boliche. Pero de alguna forma, de a poquito, en ocasiones especiales, los dibujos seguían surgiendo de sus manos, de su cabeza, de su corazón. Y esperaban. Esperaban que ella volviera a ser / dibujar como antes.

Y cuando se fue de su casa a estudiar una carrera universitaria, siguiendo el mandato materno, naturalmente eligió Bellas Artes. Y ahí si, los dibujos y ella supieron que nada, pero nada, la iba a volver a distraer. Y siguió dibujando. Y los dibujos se volvieron mas complejos, aun mas hermosos. Y cuando termino la carrera y se recibió, se dio cuenta que había gente que estaba dispuesta a pagarle por dibujar. Y aunque muchos de los dibujos e ilustraciones que tenia que hacer en las agencias y estudios no eran realmente de su agrado, no dejaban de ser dibujos y pasaban a través de sus manos y sus ojos casi con naturalidad, como si hubieran surgido de su propio ser.

Y llego un momento en que decidió dibujar solo lo que ella quisiera. Y empezó a hacer experimentos como dibujar lo que la música, que un grupo de amigos tocaba en vivo, le iba sugiriendo. Y se animo a presentar sus dibujos como obras de arte. Y cuando alguien le pregunto un día en una exposición que escuela seguía y cual era la base conceptual de su arte, ella solo atino a contestar con una sonrisa tímida: "no se, yo solo dibujo desde que era muy chica... creo que desde siempre". Y es que ya para esas alturas claramente se había dado cuenta que para ella dibujar era como respirar. Y volvió a dibujar y comer. Dibujar y jugar. Dibujar y dormir. Y un día me confeso que cuando dormía también seguía dibujando. Dibujando en sueños sin sus manos, sin sus ojos, solo con su corazón, como cuando era niña.