Iba bajando
para el Boulevard San Juan, apurado porque mi hijo estaba a punto de salir del
colegio y no le gusta quedarse esperando. Era una de esas mañanas de primavera
donde el sol empieza a colarse entre los edificios y de alguna manera parece, aun en medio de la ciudad, que el aire es
puro, fresco. Todavía no había demasiada
gente dando vueltas en la calle. El naranjita que se ofreció a cuidarme el auto
tenía cara de dormido. La misma cara de dormido que supongo yo mismo debía tener
aun. Cara de “que noche la de anoche!”, aunque en mi caso la cara se debía al
cansancio acumulado durante la semana y un poco de insomnio.
No puedo
recordar que iba pensando mientras me acercaba caminando rápido al Boulevard. Recuerdo
que al acercarme a la esquina, levante la vista y los vi, terminando de cruzar
la calle en dirección contraria a la mía. Ella tenía unas sandalias con algo de
plataforma que la hacían ver más alta, más flaca. Me pareció que tenía lindos
pies. Arriba de los pies, pantalones de jean ajustados, un poco gastados, le
marcaban la forma de las piernas. Largas piernas. Las caderas. La cintura. Y
arriba una remera oscura con un dibujo que no puedo recordar si tenia alguna inscripción
o leyenda o solamente el dibujo. Una cartera pequeña cruzada en bandolera y el
pelo castaño suelto, ondulado y largo hasta los hombros, apenas agitado por el
movimiento al caminar. La cara lavada, sin maquillaje. Ojos oscuros sin lentes y
una sonrisa apenas asomando de unos labios finitos debajo de la nariz. Como un
par de detalles de terminación finales, alcance a identificar un par de lunares
y algunas pecas.
El venia
arrastrando una valija oscura, gastada, con rueditas. Esas rueditas pequeñas
que claramente no están pensadas para circular por las veredas y calles de la
ciudad y hacen que uno golpee la valija contra todos los pequeños escalones que
inexplicablemente se van presentando y en especial contra los cordones de las
veredas. La valija me hizo recordar por un instante que yo también estuve ahí,
en la misma situación, volviendo / yendo de viaje, arrastrando una valija una y
otra vez, a lo largo de varios años, mientras estudiaba en la facultad. Pude
verme de nuevo despidiéndome de mi familia, mis amigos y subiendo a un
colectivo. La sensación de tristeza. Empezar a extrañar mientras el colectivo
encaraba la ruta.
Él tenía
zapatillas oscuras de lona, bastante limpias. Pantalones de jean no tan
ajustados, bastante nuevos. Las piernas alcanzaban a dibujarse chuecas debajo
de la tela de los pantalones, como dándole cierta estampa de deportista. La
remera holgada era de color verde oscuro, lisa, sin inscripciones. El pelo
corto coronaba una cara con cierto cansancio dibujado en los ojos. Detrás del
cansancio, los ojos tenían cierto brillo especial. Tarde un instante, pero
logre reconocer el brillo, el origen del brillo, en el momento en que
finalmente pude ver sus manos entrelazadas, como completando el cuadro. Recordé
que yo también estuve ahí, tomando de la mano a mi amor, caminando por las
mismas calles, brillando hermoso, invencible, con toda la vida delante mio.
Me hice a
un costado mientras ellos pasaban a mi lado mirándose y continúe caminando
hacia el colegio de mi hijo, empezando a olvidarlos lentamente.